El 19 de octubre de 1823, el naturalista austríaco Johann Natterer
colectó en un lago del centro-oeste de Brasil un ave de 11 centímetros
con capuchón y garganta oscuros. Y en 1871, su compatriota August von
Pelzeln estudió ese único ejemplar, macho, y lo bautizó Sporophila
melanops.
Sin embargo, el también llamado “espiguero encapuchado” o
“papa-capim-do-bananal” nunca volvió a ser observado y los organismos de
conservación consideran que se trata de una especie críticamente
amenazada y posiblemente extinta en el mundo. Según BirdLife
International, si hubiera alguna población remanente no superaría los 50
individuos.
Ahora, un grupo de científicos reexaminó la evidencia, recorrió la
zona donde se lo avistó por última vez hace casi 200 años, realizó
estudios genéticos y morfológicos, y concluyó que la especie “amenazada”
o “extinta” en realidad podría tratarse de un ejemplar atípico o
aberrante de capuchino: un grupo de aves de extensa distribución en el
Cono Sur.
La revelación sobre la verdadera identidad del ave, que permanecía
como uno de los mayores enigmas de la ornitología neotropical, permitirá
a los conservacionistas “enfocar recursos en aquellas especies que sí
están verdaderamente amenazadas”, sentenciaron los investigadores en la
revista PLOS One.
El autor principal del estudio es el doctor Juan Ignacio Areta,
investigador del Instituto de Bio y Geociencias del Noroeste Argentino
(IBIGEO), perteneciente al CONICET y con sede en la ciudad de Rosario de
Lerma, Salta.
Areta y colegas de Brasil, Reino Unido y Austria resolvieron el caso
luego de una serie de pasos metódicos. “Buscamos a esta especie en la
localidad donde fue colectado el único espécimen conocido con certeza y
también en otras localidades, abarcando un radio de unos 1000 kilómetros
en la zona de influencia del rio Araguaia (en la frontera de Goiás y
Mato Grosso)”, afirmó. La exploración, que incluyó numerosas localidades
de Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia, fue infructuosa.
Pero dos visitas independientes a Austria de Areta y su colega
brasileño Vítor de Q. Piacentini, del Museo de Zoología de la
Universidad de San Pablo, comenzó a desentrañar el misterio. Ambos
fueron al Museo de Historia Natural de Viena, donde se conserva el
ejemplar recogido en 1823. Y al reexaminar en persona el espécimen, “nos
dimos cuenta de que tenía una boina negra y que su garganta era marrón
oscuro, cuando históricamente había sido descripto como un ave con un
capuchón oscuro uniforme”, indicó el investigador del CONICET.
“Estos detalles, además de la presencia de una pequeña manchita
blanca sub-ocular y algunas características de su patrón alar y
coloración en dorso y vientre, nos indicaron que se trataba, en
realidad, de un espécimen peculiar de capuchino”, agregó.
Para comprobarlo, los científicos realizaron estudios del ADN
mitocondrial. Y la información genética coincidió, en efecto, con la de
los capuchinos. En cambio, no se verificó relación con otra especie con
la cual algunos relacionaban al espiguero capuchino: el corbatita
amarillo o Sporophila nigricollis.
De acuerdo a los investigadores, el macho de Sporophila melanops fue
colectado con otras especies de capuchinos que son migratorios y que
migran en bandadas conformadas por varias especies, de las cuales no se
conoce ninguna que se haya extinguido en la región. “Por lo tanto,
creemos que nunca crió en la zona donde fue colectada sino que se
trataría de un visitante invernal en el Brasil central”, puntualizó
Areta. De hecho, sospechan que podría tratarse de un individuo aberrante
de algún capuchino con garganta oscura, como el capuchino garganta café
(Sporophila ruficollis), que en Argentina se distribuye desde el norte
del país hasta el este de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires.
Para Areta, este tipo de estudio “permite comprender mejor la
diversidad de formas que pueblan el planeta tierra mediante la
integración de valiosos datos de historia natural con especímenes de
museo e información genética”.
Fuente: AGENCIA CYTA-INSTITUTO
LELOIR/DICYT.
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