En el far west aragonés, en las inmediaciones del Moncayo, descubrimos una ciudad de cine. Tarazona no es solo cuna de artistas del gremio como Paco Martínez Soria o Raquel Meller, también es un perfecto decorado natural. Su particular orografía regala a la cámara un surtido de vistas impactantes. Comenzamos con un contrapicado del Palacio Episcopal desde la vega del Queiles, un rotundo y ecléctico inmueble decorado con arquillos que sobresale entre una procesión de edificios aferrados a la roca. Desde lo alto del promontorio la iglesia de la Magdalena, con su torre mudéjar de ladrillo, vigila el conjunto. La guía oficial de turismo María José Garcés nos descubre esta perspectiva antes de cruzar el río y, pasado el santuario de la Virgen del Río, invitarnos a entrar en la plaza de toros vieja. Al otro lado del túnel nos espera un espacio octogonal rodeado de viviendas, ajeno ya a su uso primitivo, donde hoy celebran conciertos y se reúnen los turiasonenses. Lo atravesamos y, de camino a la cercana Plaza de la Seo, otra torre de rasgos mudéjares nos guía hacia la catedral de Santa María de la Huerta, monumento renacido tras un larguísimo proceso de restauración. Aquí nos aguardan la historiadora del arte Pilar Ledesma y el canónigo archivero Miguel Antonio Franco para mostrarnos el ahora luminoso interior del templo y las vistas desde su cimborrio. Es momento de buscar el ángulo inverso en esta superproducción viajera. Subidos al mirador de la Plaza del Palacio disfrutamos ahora de un cinematográfico picado, la panorámica de la ciudad baja que acabamos de visitar. A pocos metros comienzan las intrincadas callejuelas de la judería de Tarazona, que recorremos junto a Waldesca Navarro, su representante en la Red de Juderías de España. La cultura islámica también aflora en la mezquita del barrio de Tórtoles, a la que nos acercamos en compañía de Julio Zaldívar, director de la Fundación Tarazona Monumental. Pero antes conocemos con la historiadora Lola Zueco la Plaza de España, ante cuyo vistoso ayuntamiento renacentista se celebra cada 27 de agosto la fiesta del Cipotegato, en la que un vecino disfrazado de arlequín es perseguido y acribillado a tomatazos por el pueblo. Pablo Escribano, que encarnó al personaje en una ocasión, nos explica los profundos sentimientos que despierta esta insólita tradición.
Fuente: RTVE: Podcast Nómadas
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