La mayor parte del volumen océanico es un desierto. La vida sólo puede prosperar donde hay una fuente de energía (por ejemplo, el Sol) y nutrientes. Estos nutrientes son abundantes en las cercanías de los continentes, pero en el océano abierto, en cambio, sólo existen en pequeñas cantidades que no permiten grandes poblaciones de algas o de bacterias. Si además de esto nos vamos a las profundidades, a las que no llega la luz del Sol, o llega tan débil que no se puede producir la fotosíntesis, entenderemos cómo buena parte del volumen de los océanos no es un entorno fácil para la vida. Hoy os hablamos de estos "desiertos de agua" a través de uno de sus protagonistas: los larváceos, un animal antiguo y aparentemente poco sofisticado, pero que ha desarrollado una estrategia de supervivencia alucinante. Los larváceos fabrican, con un moco que ellos mismos segregan, una auténtica catedral a su alrededor que después utilizan como red de pesca. Y esa estrategia resulta ser fundamental también para otros habitantes de los desiertos de los mares.
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