miércoles, 1 de febrero de 2012

El Coricancha


La importancia del Coricancha no puede ser exagerada. El imperio inca era pensado como un ente conformado por cuatro grandes cuadrantes geopolíticos que se proyectaban desde este complejo. Para los incas, el Coricancha marcaba el lugar central y más sagrado del universo.

Las excavaciones efectuadas por Rowe (1944) en el pario del colegio teológico de los dominicos, al sudeste del convento de dicha orden, hallaron grandes cantidades de cerámica killke. Dichos hallazgos están respaldados por una serie de distintas excavaciones arqueológicas efectuadas en y alrededor del Coricancha a lo largo de las últimas décadas, de parte de arqueólogos cuzqueños, entre ellos Luis Barreda Murillo, Arminda Gibaja Oviedo, Alfredo Valencia Zegarra y, más recientemente Raymundo Béjar Navarro. Estos investigadores han descubierto cerámica killke de calidad excepcionalmente alta, documentando así aún más que la naturaleza especial del yacimiento se extiende hasta antes del surgimiento del imperio inca. Además, las excavaciones efectuadas en las áreas alrededor del complejo, han revelado restos arquitectónicos del Periodo Killke, lo que indica que incluso en ese momento la zona del santuario se encontraba rodeada por edificios y plazas (González Corrales, 1984; San Román Luna, 2003).

Debido a su gran riqueza, el Coricancha fue saqueado por los españoles incluso antes de que hubiesen asegurado un control firme sobre los Andes. No obstante, sabemos algo acerca de la organización del complejo y de las actividades que se llevaban a cabo dentro de sus confines por los varios españoles que lo vieron, durante o inmediatamente después de la conquista. El Coricancha comprendía un grupo de edificios dedicados a diversas deidades. Las piedras de buena parte del complejo fueron llevadas desde la cantera de Rumicolca, a unos 35 kilómetros de la ciudad, justo detrás del yacimiento de Pikillacta (Hunt, 1990).

El ídolo más importante dentro del complejo era la imagen del oro sumamente venerada del Sol, llamada Punchao (luz solar), que para finales del imperio había pasado a ser un sinónimo del dominio inca. Varios tempranos autores coloniales afirman que esta imgane tenía la forma de un hombre (Molina, 1989; Sarmiento de Gamboa, 1906). Asimismo, se nos dice que el Coricancha albergaba la imagen de plata de la Luna, que era en forma de mujer (Molina, 1989; Garcilaso de la Vega, 1966). Estos ídolos, sin duda, se contaban entre los más sagrados del tardío mundo andino prehispánico.

Con el reparto del Cuzco hispano, Juan Pizarro obtuvo el control del Coricancha (Rowe, 1944: 40; Hemming y Ranney, 1982; 82). Tras su muerte durante el cerco del Cuzco le fue legado a los dominicos, quienes de inmediato establecieron la primera orden cristiana de la ciudad. El Coricancha, que al igual que buena parte de la urbe había sido dañada en el trascurso del asedio, fue entonces lentamente transformado de centro del mundo inca a punto focal de una poderosa institución cristiana. Para la época del terremoto de 1650, muchos de sus edificios  habían sido destruidos y se habían levantado nuevos edificios virreinales. En los años posteriores al sismo, el convento fue nuevamente remodelado y alcanzó el apogeo de su poder en el siglo XVIII. Pero para mediados del siglo XIX, la orden dominica, al igual que la mayoría de las instituciones religiosas del Cuzco, vivía una época difícil (Burns, 1999).

En 1865, Squier vivió durante una semana en el complejo. A su estudio le siguieron muchos otros, sobre todo el de Rowe (1944), quien pasó varios meses estudiando al Coricancha y efectuó el trabajo definitivo sobre su historia. Otro terremoto azotó al Cuzco unos cuantos años después que Rowe terminara su trabajo de campo y algunas partes del complejo volvieron a colapsar. Con la reconstrucción subsiguiente muchos de sus rasgos virreinales fueron demolidos, en un esfuerzo por descubrir las edificaciones incaicas que le subyacían. Hoy, uno ve una incomoda combinación de edificios incaicos, arquitectura virreinal reducida y andamiaje moderno.

Aunque buena parte del complejo inca se ha perdido, incluyendo la que fue El Aposento del Sol original, lo que aún queda sigue asombrando a los visitantes. Los grandes muros externos y la famosa esquina curva occidental del Coricancha son celebres en todo el mundo por su maestría. En el interior pueden verse los restos de cuatro edificios construidos a cada lado del patio, con una cantería excepcional. Uno, solo puede preguntarse cómo se habrá visto el complejo durante el apogeo del imperio inca, cuando estaba completo y partes de su fachada estaban cubiertas con oro.

Página 303-305 (Capítulo 10 - El Coricancha. Resumen y conclusiones). Cuzco antiguo tierra natal de los incas. Brian S. Bauer. Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolome de Las Casas (CBC). Cuzco, Perú - 2008.


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