lunes, 13 de agosto de 2018

Las monjas de México que pueden salvar a una salamandra en peligro






PÁTZCUARO, México — En la cima del monte más alto de esta ciudad junto a un lago se encuentra la Basílica de Nuestra Señora de la Salud, construida en el siglo XVI, con sus paredes encaladas y columnas de piedra roja.

A la vuelta de la basílica hay una puerta de madera enmarcada en piedra labrada, señalada con una cruz, que se mantiene abierta desde las nueve de la mañana hasta las dos de la tarde, y nuevamente de cuatro a seis. “Rezamos por usted”, dice un cartel sobre la puerta.

Adentro, la habitación es austera y algo oscura, excepto por la luz de una ventana de madera, y tres puertas cerradas. Detrás de ellas hay un convento que alberga a una veintena de monjas dominicas.

Pero el convento también da auspicio a una cantidad aún mayor de residentes inesperados: una colonia de salamandras en peligro de extinción. Los científicos las conocen como Ambystoma dumerilii, pero las monjas y todos los demás en Pátzcuaro las llaman achoques.

Con el cuidado de las religiosas, unos trescientos achoques viven en acuarios y bañeras blancas a lo largo de un pasillo y dos habitaciones contiguas del convento. Las monjas se mantienen en parte con la venta de un jarabe para la tos hecho con la piel de las salamandras.

Pero los achoques de la basílica son cada vez más valiosos por otra razón.

Fuera del convento no es posible hallarlos más que en el lago de Pátzcuaro; las cantidades disminuyen rápidamente. Hay otras colonias pequeñas en otros sitios de la ciudad, pero ninguna es tan grande como la que está en la basílica. La iniciativa de las dominicas puede ser clave para la permanencia de los achoques.

“Por eso consideramos que las monjas son vitales para su futuro”, dijo Gerardo García, curador y experto en especies en peligro de extinción del zoológico Chester, en Inglaterra.

Las salamandras son unos pequeños monstruos maravillosos con piel granular de un color que se asemeja al de la mostaza Dijon. Tienen cierto parecido con el personaje de La historia interminable, Falkor, una mezcla de dragón y perro que vuela.

En comparación con otras salamandras, estas son inmensas; las más grandes miden hasta 30 o 40 centímetros. Aunque lo que más destaca son sus branquias: filamentos lujosos y rojizos que enmarcan sus cabezas como si fueran melenas y ondulan suavemente en el agua.

La principal cuidadora de los achoques en la basílica es la hermana Ofelia Morales Francisco. Una tarde hace poco recibió a los visitantes con un hábito blanco, su velo negro bien puesto y un rosario de cuentas azules en la mano.

A veces, cuando se le hacían preguntas, respondía solo con una sonrisa. Pero alrededor de los achoques ella se abre, orgullosa de presumir a sus protegidos anfibios.

Los tanques relucen de limpios, cada uno con un aireador fabricado con media botella de refresco llena de piedras pequeñas y tela. En un aparador arriba de los tanques hay una figura de un Niño Jesús vestido como doctor que vigila a los animales.

Las hermanas antes hacían el jarabe con las salamandras del lago. Cuando empezaron a desaparecer, establecieron la colonia en el convento porque les preocupaba perder el negocio del jarabe.

“¿Qué íbamos a hacer? ¿Dejar de producirlo?”, dijo la hermana Ofelia. Pero, con el tiempo, ella y las demás monjas se dieron cuenta de la importancia que ese trabajo tenía para la conservación.

“Se trata de proteger a una especie de la naturaleza”, dijo. “Si no trabajamos para cuidarla y protegerla, va a desaparecer de la creación”.

Un ambiente en peligro

Al igual que los ajolotes, sus primos más conocidos y extravagantes, los achoques pasan toda su vida bajo el agua. Como adultos mantienen las branquias que la mayoría de las salamandras solo presentan cuando son larvas acuáticas.

Con el aumento progresivo de la población humana en los alrededores del lago de Pátzcuaro, uno de los más grandes en México, la calidad del agua se ha visto afectada.

Los deslaves exacerbados por la deforestación llevan cieno y polución hacia el lago. Las aguas residuales sin tratar son volcadas allí y una planta invasiva de jacinto se extiende por las orillas. Las áreas para el pastado de vacas llegan directamente hasta las zonas pantanosas del lago.

Para empeorar las cosas, en los años treinta fueron introducidas intencionalmente en el lago lobinas negras y en 1974 llegaron las mucho más destructivas carpas. Se comen los huevos y larvas de los achoques.

Entre 1982 y 2010 el lago, de por sí poco profundo, perdió más de tres metros de su volumen debido a una disminución de las lluvias y al aumento de los sedimentos. Hay esfuerzos para rehabilitar Pátzcuaro, pero su éxito ha sido limitado.

Los achoques no son las únicas salamandras mexicanas en problemas. De las diecisiete especies en México, doce aparecen en la lista roja de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

En el mundo, las salamandras enfrentan varios peligros, desde la pérdida de su hábitat hasta su comercio ilegal como mascotas. En Europa hay un nuevo hongo que ha sido mortífero para los anfibios.

En el lago de Pátzcuaro los pescadores han atrapado a los achoques como alimento desde antes de la conquista española. Incluso a finales de los años setenta y ochenta, los achoques pescados en el lago llenaban los puestos del mercado local, según Brad Shaffer, profesor de Biología de la Universidad de California, campus Los Ángeles, que ha estudiado a estas salamandras.

Pero la cantidad de achoques empezó a fluctuar de manera pronunciada en los años ochenta y se desplomó en 1989. En 1985 un fraile sugirió que las monjas empezaran su colonia debido al deterioro del lago, según la hermana Ofelia.

No fue sino hasta el año 2000 que las monjas tuvieron su próspera comunidad de salamandras en el convento; aunque han hecho el jarabe por casi un siglo.

“La gente tiene fe en él porque lo hacen las monjas”, dijo Dolores Huacuz, experta en los anfibios de la región y profesora jubilada.

La leyenda local es que las hermanas obtuvieron la receta secreta de una joven purépecha, parte de los grupos indígenas que han poblado esa región desde antes de la Colonia.

Su jarabe curó a una de las hermanas al fortalecer sus pulmones y erradicar su anemia. Según la historia, esa joven mujer era la mismísima Virgen, de ahí que es la Señora de la Salud.

Ya sea que el jarabe haya llegado por intervención divina o no, no cabe duda de que los purépechas habían ingerido los achoques y usado a los anfibios para fines medicinales desde muchísimo antes de la llegada de los europeos y del catolicismo, dijo Tzintia Velarde Mendoza, coordinadora de proyecto de la asociación civil conservacionista Faunam, quien ha estudiado la historia cultural de los achoques.

Ese nombre, de hecho, se deriva de una palabra purépecha (achójki) que posiblemente proviene del vocablo usado para referirse al lodo.

Una reserva ‘muy saludable’

García, del zoológico Chester, ha estado trabajando con un equipo ubicado en México para estudiar el lago y tratar de averiguar cuántas salamandras quedan en la vida silvestre en Pátzcuaro, su hábitat.
“Dedicarse a los programas de reintroducción se ve muy atractivo en los medios para un comunicado de prensa, pero no es la mejor manera de hacerlo”, dijo García.

Aún hay algunos achoques salvajes, señaló el experto, incluida una población pequeña en la parte norte del lago. Los pescadores le han dicho al equipo de García que han visto de vez en cuando a las salamandras.

Pero a medida que se reduce la población también lo hace su diversidad genética. Ahí es donde la colonia del convento podría hacer la mayor diferencia en el futuro, si es que mantiene su diversidad. “Trescientos individuos, si no están tan relacionados [genéticamente], son una reserva muy muy amplia y saludable para trabajar”, dijo Shaffer.

No obstante, en este momento, no hay planes para trasladar a los achoques del convento al lago. Antes de que eso ocurra deben atenderse los problemas de la calidad del agua, dijo García, y hay que estudiar la diversidad genética de la colonia cuidada por las monjas. Ambas tareas están en proceso, indicó el curador.

En la habitación desde la cual las monjas venden su jarabe hay un mural que muestra a las salamandras mientras nadan en aguas limpias y las manos iluminadas de una hermana sostienen a un achoque al lado de una imagen de la Virgen.

“Ser parte de una orden religiosa como la nuestra no es obstáculo para el progreso científico”, dijo la hermana Ofelia.

“La orden está dedicada a la investigación de conocimiento teológico y científico en beneficio de la humanidad”, agregó. Parte de la misión de la orden es “trabajar a favor de una conciencia más humana, llena de amor y justicia por la naturaleza”.

Otro mural lleva el nombre oficial de la unidad de manejo para la conservación de la vida silvestre del convento, que tiene registro ante la Secretaría de Medioambiente y Recursos Naturales: Jimbani erandi, en purépecha, que en español significa “nuevo amanecer”.

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