martes, 1 de enero de 2019

Los genes de una tortuga revelan pistas sobre la longevidad





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Fue un golpe duro cuando el Solitario George murió en 2012, el único espécimen sobreviviente de las tortugas de la isla Pinta en el archipiélago de Galápagos. En términos racionales, la gente había tenido tiempo de prepararse para la realidad de que algún día desaparecería George y, con él, todo un linaje. Había vivido un siglo o más, una expectativa de vida habitual para las tortugas gigantes, pero todos los intentos para aparearlo durante las últimas décadas fracasaron.

Sin embargo, en términos emotivos, es difícil hacerse a la idea de que algo que una vez existió se haya ido de manera absoluta y definitiva. Ese tipo de cosas te hacen pensar en la vida, en nuestra breve estancia en el universo y en el incesante paso del tiempo.

Sentimientos como estos son los que impulsan los estudios acerca de la longevidad. Hace poco, un equipo de científicos recurrió a George para sus investigaciones, pues exploraron el código genético de esta tortuga para encontrar claves sobre su larga vida.

En un artículo publicado el 3 de diciembre en Nature, Ecology & Evolution, los investigadores mencionaron hallazgos preliminares sobre variantes de genes que tenía George y que están vinculadas con un sistema inmunitario fuerte, reparación eficiente del ADN y resistencia al cáncer. El estudio también sienta las bases para comprender el pasado evolutivo de las tortugas gigantes, lo cual podría ayudar a conservarlas en el futuro.

Las tortugas gigantes contribuyeron al nacimiento de la teoría de la evolución. Cuando Charles Darwin visitó las islas Galápagos, notó que las formas de los caparazones de las tortugas eran adaptaciones únicas a sus entornos y estableció la hipótesis de que esto se debía a la selección natural.

Desde entonces las tortugas de las Galápagos no han dejado de ser una fuente rica de investigación para los estudiosos de la evolución. Adalgisa “Gisella” Caccone, investigadora de la Universidad de Yale, ha pasado décadas estudiando a estos reptiles del tamaño de un piano vertical.

No obstante, hace años, Caccone se topó con un problema: necesitaba a alguien que la ayudara a descifrar qué partes del ADN de las tortugas eran genes funcionales, cuáles regiones no lo eran y qué funciones podría tener cada gen.

Recibió un mensaje afortunado de Carlos López Otín, profesor de la Universidad de Oviedo, en España, cuya trayectoria profesional se centra en estudios del cáncer y el envejecimiento en humanos. A López Otín le interesaba descubrir los secretos genéticos detrás de la legendaria longevidad de las tortugas gigantes.

A Caccone le encantaba la idea de que “un icono de la conservación le diera nuevas perspectivas” sobre la salud y la longevidad humanas. Los científicos hicieron toda la secuencia genómica del Solitario George y la de una tortuga gigante de Aldabra de las islas Seychelles, otra especie que es extraordinariamente longeva (de hecho, se dice que una vivió hasta 250 años en cautiverio).

Después, los investigadores compararon los genomas de las tortugas con los de mamíferos, peces, aves y otros reptiles, buscando discrepancias que pudieran tener impacto en el envejecimiento. 

Encontraron evidencia de que una mutación en un gen llamado IGF1R, el cual se ha relacionado con una vida larga en humanos y ratones, podría contribuir a la longevidad tan particular de las tortugas.

También descubrieron que, en comparación con otros seres, las tortugas tenían más copias de genes relacionados con la regulación de energía, la reparación del ADN, la supresión de tumores y la defensa inmunitaria. Por ejemplo, mientras que la mayoría de los mamíferos solo tienen una copia de un gen implicado en la respuesta inmunitaria, el cual se llama PRF1, ambas tortugas tenían la sorprendente cantidad de doce copias en su genoma.

Generalmente, tener varias copias de genes puede permitir que las funciones existentes se lleven a cabo con mayor eficacia, o ayudar a la evolución de nuevas funciones.

Esta investigación también deja la puerta abierta para conocer más sobre la biología de las tortugas. Caccone planea analizar los genomas más a fondo para descubrir cómo fue que las tortugas gigantes desarrollaron ciertos rasgos, por ejemplo, el gigantismo y la forma de su caparazón. Esta información genómica también le ayudará en sus esfuerzos para revivir dos especies extintas de tortugas de las Galápagos.

Los caminos de la investigación futura seguirán ensanchándose a medida que los científicos realicen la secuencia de más reptiles, afirmó Kenro Kusumi, profesor de Ciencias de la Vida en la Universidad Estatal de Arizona.

Se puede aprender muchas cosas de los reptiles. Son los parientes más cercanos de los humanos con la capacidad de regenerar partes enteras de su cuerpo, una característica que podría ser útil para algunos tratamientos médicos.

Además, muchos reptiles, entre ellos las tortugas, son capaces de entrar en un estado de inactividad que les permite sobrevivir en condiciones extremas. La habilidad para inducir estados parecidos en los humanos podría servir para viajes espaciales en el futuro, dijo Kusumi.

“La belleza de tener estos genomas es que son un excelente punto de partida para hacernos preguntas”, dijo. “Incluso después de la muerte, el Solitario George nos está enseñando cosas, así como sus antepasados enseñaron a Charles Darwin”.


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