domingo, 19 de julio de 2020

Los koalas son aliados inesperados en la lucha contra la clamidia





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TOORBUL, Australia — La primera señal es el olor: ahumado, como una fogata, con un toque de orina; la segunda es la parte trasera del koala: si está húmeda e inflamada, con rayas color café, sabes que el animal está en problemas. Jo, enroscada e inconsciente en la mesa de examinación, tenía ambas cosas.

Jo es una koala silvestre que se encuentra bajo la vigilancia de Endeavour Veterinary Ecology, una consultora de vida silvestre que se especializa en ayudar a poblaciones de koalas enfermos a recuperarse. Los veterinarios notaron en sus dos últimas visitas de campo que tenía un “trasero sospechoso”, como lo describió la veterinaria Pip McKay. Así que la llevaron a ella y a su hijo Joey, de un año, para una revisión completa de salud en la clínica veterinaria principal, que se encuentra en un remoto claro del bosque en Toorbul, al norte de Brisbane. McKay ya tenía una idea de cuál podría ser el problema. “A primera vista, probablemente tenga clamidia”, dijo.

Los humanos no tienen el monopolio de las infecciones de transmisión sexual. Las ostras contraen herpes; los conejos, sífilis, y los delfines desarrollan verrugas genitales. Pero la clamidia (una bacteria unicelular muy simple que actúa como un virus) ha sido particularmente exitosa, ya que infecta a todo tipo de animales, desde ranas hasta peces y periquitos. Se podría decir que la clamidia nos une a todos.

Esta susceptibilidad compartida ha llevado a algunos científicos a argumentar que el estudio, y la salvación, de los koalas puede ser la clave para desarrollar una cura perdurable para los humanos. “Están ahí fuera, tienen clamidia y podemos darles una vacuna; podemos observar lo que hace la vacuna en condiciones reales”, explicó Peter Timms, un microbiólogo de la Universidad de Sunshine Coast en Queensland, quien ha pasado la última década dedicado a desarrollar una vacuna contra la clamidia para los koalas y ahora lleva a cabo ensayos en koalas silvestres, con la esperanza de que su fórmula pronto esté lista para una mayor difusión. “Podemos hacer algo con los koalas que nunca se podría hacer con los humanos”, afirmó Timms.

En los koalas, los estragos de la clamidia son extremos, puesto que provocan una inflamación grave, quistes masivos y cicatrices en el tracto reproductivo. En los peores casos, los animales aúllan de dolor al orinar y desarrollan el olor delatador. Pero la bacteria responsable sigue siendo notablemente similar a la humana, gracias al diminuto y altamente conservado genoma de la clamidia: solo tiene 900 genes activos, mucho menos que la mayoría de las bacterias infecciosas.

Debido a estas similitudes, los ensayos de vacunas que Endeavour y Timms realizan pueden ofrecer pistas valiosas para los investigadores de todo el mundo que trabajan en una vacuna para humanos.

Un acertijo envuelto en un misterio

¿Qué tan grave es la clamidia en los humanos? Consideren que más o menos uno de cada diez adolescentes sexualmente activos en Estados Unidos ya está infectado, afirmó Toni Darville, jefa de la división de enfermedades infecciosas pediátricas de la Universidad de Carolina del Norte. La clamidia es la infección de transmisión sexual más común en todo el mundo, en vista de que se reportan 131 millones de casos nuevos cada año.

Darville explica que, aun cuando tenemos antibióticos, eso no es suficiente para resolver el problema, ya que la clamidia es un “organismo invisible” que produce pocos síntomas y a menudo pasa inadvertido durante años.

“Podemos examinarlos a todos y tratarlos, pero si no tratamos a todas sus parejas y a todos sus compañeros en las otras preparatorias, basta una gran fiesta de vacaciones de primavera para que, antes de darnos cuenta, todos se infecten de nuevo”, dijo Darville. “Así que tienen esta infección crónica latente a largo plazo y ni siquiera lo saben. Luego, cuando tienen 28 años y dicen: ‘Ah, creo que estoy listo o lista para tener un bebé’, todo es un desastre”, agregó.

En 2019, Darville y sus colegas recibieron una subvención plurianual de 10,7 millones de dólares del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas para desarrollar una vacuna. El paquete ideal incluiría una vacuna contra la clamidia y la gonorrea junto con la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH), que ya se administra a la mayoría de los preadolescentes. “Si pudiéramos combinar esas tres, básicamente tendríamos una vacuna contra el cáncer de la fertilidad”, dijo la investigadora.

La naturaleza invisible y ubicua de la clamidia (el nombre significa “manto en forma de capa”) se debe a su ciclo de vida de dos etapas. Comienza como un cuerpo elemental, una estructura parecida a una espora que se cuela en las células y se esconde del sistema inmunitario del cuerpo. Una vez dentro, se envuelve en una membrana, secuestra la maquinaria de la célula huésped y comienza a producir copias de sí misma. Estas copias salen de la célula o se liberan en el torrente sanguíneo para continuar su viaje.

“La clamidia es bastante única en ese sentido”, dijo Ken Beagley, profesor de inmunología de la Universidad Tecnológica de Queensland y antiguo colega de Timms. “Ha evolucionado para sobrevivir increíblemente bien en un nicho particular, no mata a su huésped y el daño que causa ocurre durante bastante tiempo”, agregó el profesor.

La bacteria puede permanecer en el tracto genital durante meses o años, lo que causa estragos en la reproducción. La cicatrización y la inflamación crónica pueden causar infertilidad, un embarazo ectópico o la enfermedad inflamatoria pélvica. Cada vez hay más pruebas de que la clamidia también perjudica la fertilidad masculina: Beagley ha descubierto que la bacteria daña el esperma y podría provocar anomalías en el nacimiento.

Todo esto, excepto las fiestas de vacaciones de primavera, es cierto tanto en humanos como en koalas. Los investigadores que trabajan con ambas especies señalan que la clamidia del koala luce sorprendentemente similar a la versión humana. La principal diferencia es la gravedad: en los koalas, la bacteria asciende rápidamente por el tracto urogenital y puede saltar de los órganos reproductivos a la vejiga gracias a su proximidad anatómica.

Estos paralelos han llevado a Timms a argumentar que los koalas podrían servir como un “eslabón perdido” en la búsqueda de la vacuna humana. “El koala es más que simplemente un extravagante animal modelo”, dijo. “De hecho, es muy útil para los estudios en humanos”.

Una antigua maldición

Nadie sabe cómo ni cuándo los koalas contrajeron clamidia por primera vez, pero la maldición tiene siglos de antigüedad, por decir lo menos. En 1798, los exploradores europeos llegaron a las montañas de Nueva Gales del Sur y observaron a una criatura que desafiaba la descripción: orejas peludas y nariz de cuchara, miraba estoicamente desde los recodos de los enormes eucaliptos. La compararon con el wómbat, el perezoso y el mono. Se decidieron por “oso nativo” y le dieron el nombre de género de Phascolarctos (del griego para “bolsa de cuero” y “oso”), y generaron la idea errónea de que el oso koala es, de hecho, un oso. “La gravedad del rostro”, escribió The Sydney Gazette en 1803, “parece indicar una parte más que ordinaria de sagacidad animal”.

A finales del siglo XIX, el naturalista australiano Ellis Troughton observó que el “pintoresco y adorable koala” también era particularmente susceptible a las enfermedades. Los animales sufrían de una afección ocular similar a la conjuntivitis, a la que culpó de las oleadas de muertes de koalas en la última década del siglo XIX y la primera del siglo XX. Al mismo tiempo, el anatomista J. P. Hill descubrió que las koalas de Queensland y Nueva Gales del Sur solían tener una gran cantidad de quistes en los ovarios y el útero. Muchos científicos modernos ahora creen que es probable que esas koalas padecieran del mismo flagelo: la clamidia.

En la actualidad, los koalas tienen aún más de qué preocuparse. Los perros, los conductores descuidados y, recientemente, los incendios forestales desenfrenados han reducido su población a tal grado que los grupos conservacionistas están pidiendo que los koalas sean incluidos en la lista de especies en peligro de extinción. Pero la clamidia aún está a la cabeza de todos sus problemas: en partes de Queensland, el corazón de la epidemia, la enfermedad fue responsable de una disminución del 80 por ciento en la población de koalas a lo largo de dos décadas.

Esta enfermedad también es la que con mayor frecuencia envía a los koalas al Hospital de Vida Silvestre del Zoológico de Australia, el hospital de animales silvestres más activo del país, 48 kilómetros al norte de Endeavour. “Las cifras son: la clamidia, un 40 por ciento; los automóviles, un 30 por ciento, y los perros, un 10 por ciento. Y el resto es una combinación interesante de problemas en los que te puedes meter cuando tienes un cerebro pequeño y tu hábitat se ha fragmentado”, dijo Rosemary Booth, directora del hospital.
El equipo de Booth trata a los koalas con clamidia con un régimen ampliado de los mismos antibióticos que se dan a los humanos. “Obtengo toda mi información sobre la clamidia de los CDC”, dijo, refiriéndose a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades en Estados Unidos, “porque Estados Unidos es un gran centro de estudio de la clamidia”.

in embargo, la cura puede ser tan mortal como la enfermedad. En lo profundo de los intestinos de un koala, hay un ejército de bacterias que ayuda al animal a subsistir a base de eucalipto, una planta tóxica para todos los demás animales. “Este es el ejemplo máximo de un animal que depende por completo de una población de bacterias”, manifestó Booth. Los antibióticos acaban con esa flora intestinal crucial, por lo que impiden que el koala pueda obtener nutrientes de su comida.

En un ensayo de 2019 dirigido por Timms y Booth, fue necesario sacrificar a uno de los cinco koalas tratados con antibióticos “debido a complicaciones gastrointestinales que derivaron en desgaste muscular y deshidratación”. El problema es tan grave que los veterinarios administran a los koalas tratados con antibióticos “malteadas de popó” (en esencia, trasplantes fecales) con la esperanza de restaurar su microbiota.

Durante la última década, Timms ha trabajado para perfeccionar una vacuna. En lugar de tratar a los animales una vez que ya están enfermos, una vacuna generalizada protegería a los koalas de cualquier encuentro sexual futuro y de la transmisión de la infección de la madre al recién nacido. Su fórmula, desarrollada con la colaboración de Beagley, parece funcionar bien: los ensayos han demostrado que su uso es seguro, que surte efecto en 60 días y que los animales desarrollan respuestas inmunitarias que perduran toda su vida reproductiva. El siguiente paso es optimizarla para su uso en el campo.

En Endeavour, los veterinarios que trataban a Jo se llevaron una sorpresa: las pruebas moleculares demostraron que estaba libre de clamidia. Eso significaba que podían reclutarla para el ensayo en curso, en el que se prueba una vacuna combinada contra la clamidia y el retrovirus del koala conocido como KoRV, un virus de la misma familia que el VIH que, de manera similar, acaba con el sistema inmunitario del koala y hace que la clamidia sea más mortífera.

Timms espera que este ensayo y otro en Nueva Gales del Sur sean el “factor determinante”, el último paso para que el gobierno introduzca vacunaciones masivas en el norte de Australia. Si Timms tiene razón, podría ser una buena noticia no solo para los koalas.

De ratones y marsupiales 

Timms comenzó su carrera dedicado a estudiar la clamidia en el ganado antes de continuar con el uso de ratones como modelo para una vacuna humana. Durante mucho tiempo, los ratones, que son baratos, abundantes y susceptibles a la manipulación genética, han sido el estándar de oro para el estudio de las enfermedades reproductivas.

Pero el modelo del ratón conlleva graves inconvenientes. Lo más evidente es que los ratones exhiben una respuesta inmune a la clamidia profundamente diferente a la nuestra, lo que hace que la idea de probar una vacuna humana en ratones sea “completamente errónea”, dijo Timms.

Después de una década de trabajo con ratones, razonó que podía tomar el conocimiento que había obtenido y aplicarlo a un animal que realmente estaba sufriendo y que era posible curar: el koala. “No necesitamos una vacuna para los ratones”, dijo. Con “el trabajo con los koalas, por duro que sea y por difícil que sea, los resultados que obtienes son los que importan”.

Cuanto más trabajaba Timms con koalas, más se daba cuenta de que estos marsupiales no eran tan diferentes de los humanos; se trata de una especie que, como nosotros, contrae naturalmente varias cepas de clamidia y sufre consecuencias reproductivas similares, como la infertilidad. Se dio cuenta de que tal vez tenía un animal modelo útil entre manos.

“Es mejor hacer un mal experimento con koalas que un buen experimento con ratones”, dijo Timms. “Porque los koalas en verdad contraen clamidia y realmente contraen enfermedades del tracto reproductivo, así que todo lo que hagas es relevante”.

Fuera de Australia, muchos investigadores dicen que la idea de un modelo koala es inteligente pero difícil de implementar. Darville señaló que sería caro y logísticamente imposible probar 30 vacunas diferentes en koalas (según Endeavour, cuesta alrededor de 2000 dólares sacar a un koala de su árbol y hacerle un examen de salud).

A pesar de ello, Timms cree que vale la pena intentarlo: “La razón por la que argumentamos que deberíamos poner a los koalas entre los ratones y los humanos (en lugar de conejillos de indias, cerdos miniatura y monos) es que, hasta cierto punto, con los koalas se evitan todas las debilidades que tienen los demás”.

Paola Massari, inmunóloga de la Escuela de Medicina de Tufts, colabora con Timms para probar una potencial vacuna diferente en los koalas. “El koala representa un modelo clínico perfecto, porque es un animal para el que puedes experimentar un poco más de lo que puedes hacer en humanos”, dijo. “Y al mismo tiempo, si obtienes resultados, curas una enfermedad (en los koalas)”.

Una alianza improbable 

Una calurosa tarde de febrero, Booth salió a la fuerte luz del sol en los terrenos del Zoológico de Australia. Se dirigía a las salas de clamidia, que en 2018 fueron bautizadas oficialmente de Sala de Clamidia de Koala John Oliver después de que se donó una subvención en nombre del comediante. Unos 20 koalas enfermos eran tratados con antibióticos aquel día, y decenas más estaban camino a la recuperación.

Booth se acercó a un recinto frondoso, donde una esponjosa hembra gris la miró con curiosidad desde su percha. Esta koala fue traída originalmente por clamidia, pero desde entonces se había recuperado; su razón para estar aquí, en su jaula, fue una “desventura”.

“Esta es la pequeña Lorna, que es bastante interesante”, dijo Booth. “Tiene un bebé en su bolsa y ha tenido problemas con su metabolismo de la glucosa”. Tenía diabetes. ¿No era inusual tener un animal que contrae enfermedades tan humanas: diabetes, cáncer e infecciones de transmisión sexual? “No somos más que un animal”, dijo Booth, mientras levantaba las manos en un gesto de unidad con el mundo. “No pensamos en eso primero”.

Todavía no se sabe en qué medida ayudará a desarrollar una vacuna humana la investigación sobre la clamidia del koala (Darville había trabajado nueve meses cuando llegó la COVID-19 y se vio obligada a cerrar su laboratorio, lo que ha retrasado los avances científicos). Lo que es seguro es que la investigación realizada sobre la clamidia humana ha beneficiado enormemente a los koalas. Desde los antibióticos humanos hasta lo que se ha descubierto gracias a los ratones, los veterinarios de los animales silvestres tienen ahora muchas más herramientas que antes para salvar a los marsupiales vulnerables. 

Para Booth, ayudar a los koalas es más que suficiente. “No quiero salvar a los humanos. Mi enfoque es completamente opuesto: quiero usar la investigación humana para ayudar a salvar a otros animales, porque no tienen voz a menos que hablemos por ellos”, dijo la investigadora.

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