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Temprano por la mañana de un día a finales de octubre de 2013, Gerard Talavera, un entomólogo, vio algo muy inusual: una bandada de mariposas carderas, o vanesas pintadas, que habían varado en una playa de la Guyana Francesa.
La vanesa pintada, o la especie Vanessa cardui, es una de las mariposas con mayor presencia en el mundo, pero no se le encuentra en Sudamérica. Y sin embargo, ahí estaban, descansando en la arena de las costas orientales del continente, con las alas desgastadas y llenas de agujeros. A juzgar por su estado, Talavera, quien trabaja en el Instituto Botánico de Barcelona en España, supuso que se estaban recuperando de un largo vuelo.
El insecto es un campeón de los viajes de larga distancia, pues cruza de manera rutinaria el Sahara desde Europa a África subsahariana, en una migración en la que recorre hasta 14.400 kilómetros. ¿También pudieron haber viajado 4100 kilómetros a través del océano Atlántico sin ningún lugar donde detenerse a recargar energía? Talavera quiso averiguarlo.
Seguir los movimientos de insectos por largas distancias es complicado. Las herramientas como los dispositivos de rastreo por radio son demasiado grandes para los pequeños y delicados cuerpos de los insectos y el radar solo permite monitorear lugares específicos. Los científicos han tenido que basarse en conjeturas fundamentadas y observaciones de científicos ciudadanos para descifrar los patrones de viaje.
“Vemos mariposas que aparecen y desaparecen, pero no estamos probando los vínculos directamente, tan solo hacemos suposiciones”, comentó Talavera.
En 2018, Talavera desarrolló una manera de usar una herramienta común de secuenciación genética para analizar el ADN del polen. Los granos de polen se adhieren a insectos polinizadores como las mariposas cuando estas se alimentan del néctar de las flores. Talavera utilizó un método llamado metacódigo de barras genético para secuenciar el ADN de los pólenes y determinar de qué planta provenían. Después, el ADN se pudo rastrear hasta la flora geográfica para trazar la ruta del insecto.
En un artículo publicado el martes en la revista Nature Communications, Talavera y su equipo describen una pista crucial para desentrañar el misterio de las mariposas varadas: el polen pegado a las mariposas en la Guyana Francesa era igual al de arbustos en flor de países de África Occidental. Estos arbustos florecen de agosto a noviembre, lo cual coincide con la fecha de llegada de las mariposas. Eso sugería que las mariposas habían cruzado el Atlántico. La idea era prometedora. Sin embargo, Talavera y su equipo tuvieron cuidado de no sacar conclusiones precipitadas.
Además de estudiar el polen, los investigadores secuenciaron el genoma de las mariposas para rastrear su linaje y descubrieron que tenían raíces europeo-africanas. Esto descartó la posibilidad de que hubieran sobrevolado el continente desde Norteamérica. Luego, utilizaron una herramienta de monitoreo de insectos llamada rastreo isotópico para confirmar que los orígenes natales de las mariposas estaban en Europa occidental, África del Norte y África occidental. Al añadir datos climáticos que mostraban vientos favorables que soplaban de África a América, se acercaron cada vez más a un hallazgo monumental
“Es una brillante demostración de trabajo detectivesco aplicado a la biología”, opinó David Lohman, un ecólogo evolutivo de City College de Nueva York que no participó en el estudio. El rastreo forense de Talavera respalda la conclusión de que las mariposas vanesas pintadas realizaron el primer viaje transoceánico que se haya registrado de un insecto.
Es probable que estuvieran en su ruta típica por África cuando un fuerte viento las desvió de su curso. Una vez sobre el océano, las mariposas siguieron volando hasta llegar a la costa.
Las migraciones de insectos son el mayor movimiento de biomasa del mundo. Tan solo en el sur de Inglaterra, migran 3,5 billones de insectos al año, una cifra asombrosa. Su capacidad de transportar polen, hongos e incluso enfermedades de las plantas a lo largo de enormes distancias destaca el impacto global de estos diminutos animales. Según expertos, gracias a la migración oceánica de las vanesas pintadas, los científicos podrán monitorear mejor estos viajes.
El hallazgo demostró que estas delicadas criaturas podían soportar un viaje difícil y peligroso, que lo más probable es que haya durado entre cinco y ocho días. También demuestra cuánto les falta por aprender a los científicos. Jessica Ware, una bióloga evolutiva del Museo Americano de Historia Natural que no participó en el estudio, llamó a los métodos “innovadores” y agregó que “nos ayudarán a entender las migraciones”.
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