martes, 26 de julio de 2016

La Anchoveta y la Papa nos dieron la libertad


Hace unos días vino de visita a casa un amigo argentino que reconoció en mi estudio, una replica del “Sable Corvo de Don José de San Martin” que tengo en un lugar preferencial.

No es un sable cualquiera, es un símbolo de la Nación Argentina y de toda la gesta libertaria Chilena y Peruana. Acompaño a San Martin desde la carga de caballería de la Batalla de San Lorenzo a orillas del Paraná, hasta su renunciamiento en Guayaquil.

Cuando San Martin vuelve a su patria y encontrando un enfrentamiento fratricida, responde con hidalguía a quienes quieren que tome partido: “Por respuesta mi sable, la libertad del mundo, el estandarte de Pizarro, y las banderas de los enemigos que ondean en la Catedral, conquistadas con aquellas armas que no quise teñir en sangre argentina”. Don José, jamás hubiera desenvainado su sable, contra sus compatriotas.

El sable corvo es un arma simple y sencilla de caballería, comprada en Londres a fines de 1811, carente de oro, arabescos y piedras preciosas, es un fiel reflejo de la personalidad del generalísimo.

Para mi, la copia tiene doble valor, pues es un regalo hecho por el Ejercito Argentino a mi padre, por su apoyo como Comandante General del Ejercito del Perú, durante los días difíciles de la Guerra de Las Malvinas en 1982. Además, durante mis años de educación escolar en Buenos Aires, aprendí a estimar profundamente al “Santo de la Espada”, es un personaje histórico que sin duda muy pocos peruanos de estos tiempos recordamos o conocemos realmente.

San Martín fue sin duda un héroe real e integro, en el que pueden encontrarse extraordinarias cualidades: fue un estratega militar inteligente y valiente, con un espíritu elevado, carácter firme, sencillo, cordial y un amoroso padre. El Libertador vivió hasta 1850 y el común de los peruanos solo conocemos su historia hasta la célebre y misteriosa entrevista de Guayaquil con Simón Bolívar, en 1822.

Para muchas personas San Martin pierde su atractivo histórico frente a Bolivar por sus renunciamientos, sin tomar en cuenta que tuvo una de las vidas mas atractivas y extraordinarias de la historia y muy pocos comprenden su abdicación a favor de Bolivar. En medio de la plenitud de su gloria, San Martin deliberada y voluntariamente opto por el ostracismo y el silencio; no por egoísmo, no por cobardía, sino en un acto de conciencia objetiva y respeto a sus propios valores.

El objetivo de tan extraordinario hombre era la independencia, pero también la unidad. Por eso quiso fomentar gobiernos fuertes, no importándole si eran unipersonales, ya que creía que esta forma de gobierno era necesaria para la situación de dispersión y anarquía que existía en las colonias hispanas en aquellos años. Por eso propuso la monarquía constitucional –al estilo ingles- ya que creía que con ella se podía poner fin a la guerra civil y asegurar la soberanía de las naciones recientemente fundadas.

Es muy probable también, que San Martin supiera desde antes de su entrevista con Bolivar; que su compatriota Bernardino Rivadavia, prefería gastar los fondos de la aduana de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, en embellecer las plazas de Buenos Aires antes que enviar refuerzos o dinero al Libertador en el Perú.

La verdad sobre el encuentro que sostuvieron Bolívar y el emancipador de Argentina, Chile y Perú, en Guayaquil el 26 de julio de 1822, será siempre fuente de polémica. Pero el Profesor Armando Martínez, encontró en Ecuador, dos gruesos volúmenes de documentos del general José Gabriel Pérez, secretario de Bolívar. Y en su interior encontró un copia de una carta confidencial escrita por Pérez, por orden de Bolívar, al intendente de Quito resumiendo su encuentro con San Martín.

La carta refiere que el encuentro entre Don José de San Martín y Don Simón Bolívar fue cordial y registra el desacuerdo entre los dos sobre el tipo de gobierno que debía ser implantado en el Perú independiente. San Martín, como ya sabemos, quería una monarquía liderada por un príncipe europeo. El documento también registra las quejas de Don José respecto a sus compañeros de armas que lo habían abandonado. Y aunque elogia también la idea de Bolívar de crear una Federación de estados americanos, una frase suya que quedo para la posteridad, podría expresar lo que realmente pensaba de Bolivar: “La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales, que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”.

La personalidad de ambos libertadores es extraordinariamente diferente, tanto en estrategias militares, como en su actitud con la vida y también con las mujeres.

Don Ricardo Palma nos lego algunos recuerdos personales sobre sus amantes, que llamaba picarescamente "La Protectora" y "La Libertadora. Dice Palma que tuvo la buena suerte de conocer a ambas, pudiendo establecer sus diferencias. En Rosa Campusano (La Protectora), Palma vio “la mujer con toda la delicadeza de sentimientos y debilidades propias de su sexo. En su corazón había un depósito de lágrimas y de afectos tiernos, y Dios le concedió hasta el goce de la maternidad, que negó a la Sáenz”.

En cambio en Doña Manuela (La Libertadora) que según Palma, “era una equivocación de la naturaleza, que en formas esculturalmente femeninas encarnó espíritu y aspiraciones varoniles. No sabía llorar, sin encolerizarse como los hombres de carácter duro”.

Y agrego “Doña Rosa nunca paseó sino en calesa. A la otra se la vio en las calles de Quito y en las de Lima cabalgando a manera de hombre en brioso corcel, escoltada por dos lanceros de Colombia y vistiendo dolman rojo con brandeburgos de oro y pantalón bombacho de cotonia blanca…La Sáenz renunciaba a su sexo, mientras que la Campusano se enorgullecía de ser mujer. Esta se preocupaba de la moda en el traje y la otra vestía al gusto de la costurera. Doña Manuela usó siempre dos anillos de oro o coral por pendientes, y la Campusano deslumbraba por la profusión de pedrería fina….La Campusano perfumaba su pañuelo con los más exquisitos extractos ingleses. La otra, la hombruna agua de verbena.”

Palma tambien nos muestra al San Martín estratega y militar juicioso, que prefiere usar la inteligencia, los ardides y la política, antes que exponer la vida de sus soldados, que no le sobraban, expresandolo sublimemente en su tradición: "Con días y ollas venceremos".

San Martín quería apoderarse de Lima sin gastar una bala, ni una vida. Y la trama que urdió, hizo que el Virrey La Serna y sus tropas abandonaran Lima desde el 6 de julio, creyentes de un poderío militar patriota, que no existía. Como consecuencia las tropas patriotas tomaron Lima en la noche del 9 de Julio y el 28 de Julio se juro en Lima la Independencia del Perú con las celebres palabras que ya todos conocemos: "El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la patria! ¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia!"

Sin embargo, lo que pocos saben es respecto al “invento” sanmartiniano que no solo movió su ejercito, sino que años después inspiraría un producto alimenticio de éxito mundial. Al mas puro estilo Napoleonico, San Martin pensó en una forma alternativa y practica de la conservería en vidrio (que fue inventada en tiempos de Napoleón) pensando claramente que “los ejércitos se mueven sobre sus estómagos”.

La historia nos cuenta que el 24 de enero de 1817, la columna al mando del General San Martín partió desde Mendoza para sumarse al resto del Ejército de los Andes e iniciar la lucha por la libertad de América. El cruce de la cordillera representaba un gigantesco desafío para el ejército libertador. San Martín se las arregló para llevarlo adelante con éxito. Y para ello aplico la astucia necesaria a fin de alimentar sus tropas.

Jorge Sosa es un escritor, poeta, humorista y periodista Mendocino, que nos cuenta que San Martín recurrió a la sabiduría popular y encontró en una preparación llamada “Charquican”, el alimento adecuado para las necesidades de la travesía. Estaba hecha a base de carne secada al sol, tostada y molida, y condimentada con grasa y ají picante; bien pisado, se transportaba en mochilas que alcanzaban para ocho días.

Pero San Martin, le agregó algo; la deshidratación de verduras. Fue así que ajos, albahaca, espinaca, camote, papas, cebollas, zanahorias y zapallos fueron deshidratados con ayuda del sol mendocino. Las hortalizas se metieron en recipientes y a la hora de comer preparaban una sopa de vegetales acompañando al “Charquicán”, calentando agua y agregando una cucharada de sus verduras deshidratadas.

Juan Carlos Rogé, otro autor mendocino, nos cuenta como era el “Charquicán” del libertador: “guiso en base a charqui en hebras, molido en el mortero, al que se echa en una olla con cebolla picada donde se fríe con aceite o grasa. Se agregan papas y zapallo cortado en trocitos, porotos tiernos, arvejas, etc. Y se condimenta con sal, pimienta, ají orégano”.

De hecho el origen del “Charquican” se le adjudica a la Civilización Caral, hace 5000 años. La palabra viene de la lengua quechua y significa "carne secada al sol", pero el plato tiene sus orígenes en los restos de peces y mariscos hallados en el complejo arqueológico de Caral donde el alimento era la anchoveta secada al sol, luego de ser salada previamente. Existen numerosas recetas del “Charquicán” en los Andes, pero siempre fue Charqui (carne seca) y papa la base.

En la provincia de Huara sea ha rescatado este platillo con el nombre de “Charquicán de anchoveta", ya que la costumbre de secar alimentos y peces como la anchoveta es una actividad que se continúa practicando en la provincia de Huaura, específicamente en la caleta de Carquín, hasta nuestros días.

Ruth Shady, descubridora de Caral nos dice: “En la etapa de formación de la civilización Caral, el recurso marino y, en particular, la anchoveta (“Engraulis ringens”), tuvo un papel crucial para balancear la alimentación de la población y para sustentar el desarrollo social”. Y su mensaje es: “Volvamos a consumir nuestros pallares, papas, frijoles, olluquitos, combinados con anchoveta para garantizar el normal desarrollo del cerebro y la inteligencia, así como el adecuado funcionamiento cardiovascular”.

¿Acaso piensan que digo que San Martin invento el “Charquican”?...por supuesto que no. Solo lo utilizo inteligentemente, variando la carne seca según su disponibilidad, y aquí en el Perú no desprecio la anchoveta. Sin embargo su genial idea fue el “complemento” que movió a su ejercito libertador con una buena alimentación: la deshidratación de verduras.

De hecho en 1838, antes que San Martin falleciera, Carl Heinrich Knorr perfeccionó el método de deshidratación de vegetales, permitiendo que los valores y sabores naturales de los ingredientes se mantuvieran intactos iniciando una pujante industria de caldos y sopas deshidratadas. Quizá San Martin, debió reclamar la patente.

Pero lo que nos queda claro, gracias a su primer contacto con el “Charquican” en Mendoza, el que el Generalísimo y su habilidad militar adaptativa permitió que en el Perú, la anchoveta seca y la papa nos dieran la libertad.

Felices fiestas patrias!

Autor: Francisco J. Miranda Avalos
Presidente de la Junta Directiva de la ONG Oannes
25 de Julio del 2016





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