domingo, 20 de septiembre de 2020

El legado de Ricardo Valderrama, el antropólogo peruano que narró las historias de los Andes

 


 

Fuente: https://www.nytimes.com

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Antes de convertirse en alcalde del Cusco y sus alrededores, una zona de más de 1,2 millones de habitantes en Perú y capital histórica del Imperio inca, Ricardo Valderrama había pasado cuatro décadas estudiando la vida indígena en los Andes peruanos.

Dejó documentadas canciones de amor de pueblos antiguos y escribió perfiles de bandidos que vivían en las tierras altas. También escribió decenas de libros y artículos sobre temas que iban desde los levantamientos campesinos hasta el trauma colectivo de la colonización.

Pero fue su primer libro —publicado en 1977 y escrito, como casi toda su obra, en coautoría con su esposa, la antropóloga Carmen Escalante— el que se convirtió al instante en un clásico de la literatura andina.

Gregorio Condori Mamani: Autobiografía, publicada en siete ediciones y traducida al menos a nueve idiomas, cuenta la historia de un cargador hablante del quechua del que Valderrama se había hecho amigo en el Cusco, desde sus experiencias como huérfano obligado a vagar por los Andes hasta sus temporadas como soldado, prisionero, pastor y trabajador de fábrica. Una sección más corta relata la vida de la esposa de Gregorio, otra emigrante de las tierras altas que vivía con él en una choza a las afueras del Cusco.

El libro marcó un cambio en la antropología peruana, dijo César Aguilar, antropólogo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Lima, porque rompió con el enfoque del campo —especialmente en el Cusco— de estudiar a los indígenas como método para entender el surgimiento de la civilización inca.

Valderrama y Escalante más bien proporcionaron relatos de primera mano excepcionales y ricos en detalles culturales e históricos de personas que ocupaban el último peldaño de la sociedad andina.

“Queríamos dirigir la atención de la gente a las culturas indígenas, que habían sido desvalorizadas y estaban en situación vulnerable en las ciudades”, explicó Escalante en una entrevista telefónica. “Pero la magnitud del sufrimiento y la riqueza de sus experiencias fueron sorprendentes”.

La habilidad de Valderrama para encontrar y contar historias importantes de los Andes lo acompañó a lo largo de su carrera como académico, durante la cual experimentó con el cine y la fotografía, y en su giro hacia la política a fines de 2006, cuando se postuló para formar parte del Concejo Municipal, con el fin de promover la cultura y las artes, dijo Escalante.

Valderrama murió el 30 de agosto en un hospital del Cusco. Tenía 75 años. Escalante afirmó que la causa fue la COVID-19, enfermedad que se había estado propagando cada vez más en los Andes del sur de Perú.

Además de Escalante, a Valderrama le sobreviven tres hijos, Gonzalo, Julián y Carmen Valderrama, y cinco nietos.

Valderrama había ejercido el cargo de alcalde desde diciembre pasado; su predecesor fue suspendido debido a una condena por fraude, y él era el siguiente en la lista. Pasó la mayor parte de su tiempo en ese puesto dirigiendo la respuesta de la provincia ante el nuevo coronavirus, visitando los mercados para implementar medidas de distanciamiento social y supervisando la distribución de paquetes de ayuda para los residentes pobres.

Lo ha sustituido Romi Infantas, una exregidora de 25 años.

Valderrama nació el 3 de abril de 1945 en la región del Cusco, hijo de Bonifacia Fernández y Roberto Valderrama. Su padre trabajó como técnico hidroeléctrico y más tarde como cajero de banco. Sus dos padres eran indígenas que hablaban quechua.

Criado en una familia de clase media, Valderrama obtuvo una licenciatura de la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco en 1976 y se convirtió en profesor de esa institución en 1990. Según Escalante, aprendió quechua gracias a su abuela y llegó a hablarlo mejor que sus ocho hermanos.

Valderrama empezó a salir con Escalante, una conocida de su infancia en San Jerónimo, cuando era estudiante universitario; la enamoró con libros de escritoras feministas. Ayudaron en la formación de una generación de jóvenes estudiantes de antropología para cambiar el enfoque del campo a los problemas apremiantes que enfrentan millones de indígenas en el presente, sostuvo Aguilar.

“Se dieron cuenta de que los indígenas no eran solo sujetos de estudio; eran personas que luchaban”, comentó. “Los trataron como iguales y eso produjo un testimonio muy rico y valioso para las ciencias sociales”.

 

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