Fuente: https://www.nytimes.com
Cuando
ya somos adultos es difícil aprender una segunda lengua. Sin embargo,
el proceso puede ser más fácil si te ejercitas mientras estudias.
Una
reciente investigación reveló que ejercitarse durante una clase de
idiomas amplía la capacidad de la gente para memorizar, retener y
entender un vocabulario nuevo. Los hallazgos proporcionan
nuevas evidencias de que para activar el trabajo mental hay que mover el
cuerpo.
En los últimos años, una gran cantidad de estudios
en animales y personas han demostrado que aprendemos de forma distinta
cuando nos ejercitamos. Por ejemplo, los roedores de laboratorio que
corren en ruedas de ejercicio preservan mejor sus recuerdos que los
animales sedentarios. Además, los estudiantes se desempeñan mejor en los exámenes académicos si participan en algún tipo de actividad física durante la jornada escolar.
Muchos
científicos creen que el ejercicio altera la biología del cerebro de
formas que lo hacen más maleable y receptivo a información nueva, un
proceso que se llama plasticidad.
Sin
embargo, aún quedan muchas preguntas sobre la relación entre el
movimiento y el aprendizaje, entre ellas si el ejercicio es más benéfico
antes, durante o después de una clase, así como cuánto y qué tipos de
ejercicios podrían ser los más adecuados.
Así que para este nuevo estudio, publicado hace poco en PLOS One, investigadores de China e Italia decidieron enfocarse en el aprendizaje de lenguas y el cerebro adulto.
El
aprendizaje de idiomas es interesante. De pequeños, casi todos
aprendimos fácilmente nuestra lengua materna. No tuvieron que
enseñárnosla de manera formal; solo absorbimos palabras y conceptos.
Sin
embargo, cuando empieza la adultez, el cerebro comienza a perder
algunas de sus capacidades innatas para el lenguaje. Muestra menos
plasticidad en las áreas relacionadas con la lengua por lo que, para la
mayoría de nosotros, es más difícil aprender un segundo idioma después
de la infancia.
Para ver qué efectos podría tener el ejercicio en este proceso, los investigadores reclutaron a 40 hombres y mujeres en edad universitaria y de nacionalidad china que intentaban aprender inglés. A los estudiantes no se les dificultaba mucho el aprendizaje de esta segunda lengua, pero estaban lejos de ser competentes.
Luego
los dividieron en dos grupos. En uno siguieron aprendiendo inglés como
lo habían hecho siempre: principalmente sentados y memorizando
vocabulario por repeticiones en cada sesión.
El otro grupo complementó las clases con ejercicio. Los estudiantes se ejercitaron en bicicletas fijas a un ritmo tranquilo (casi el 60 por ciento de su capacidad aeróbica máxima); empezaron 20 minutos antes del inicio de las lecciones y siguieron con la rutina aeróbica durante los 15 minutos de clase.
Ambos grupos aprendieron vocabulario nuevo viendo palabras proyectadas en grandes pantallas, junto con fotos ilustrativas, como apple y la imagen de una manzana roja. Les mostraron 40 palabras por sesión, y la secuencia se repitió varias veces.
Más
tarde, los estudiantes descansaron brevemente antes de responder a un
cuestionario de vocabulario; usaron las teclas de una computadora para
señalar tan rápidamente como les fuera posible si una palabra estaba
acompañada de la imagen correcta. También respondieron oraciones
utilizando las palabras nuevas, y marcaron si las oraciones eran
correctas o si, como en el caso de The apple is a dentist, no
tenían sentido. La mayoría de los lingüistas creen que entender
oraciones demuestra un mayor dominio de una lengua nueva que solo
aprender vocabulario.
Los
alumnos completaron ocho sesiones de vocabulario a lo largo de dos
meses. Al final de cada lección, los que se habían subido a las
bicicletas se desempeñaron mejor en las pruebas que quienes estuvieron
sentados.
Además,
a diferencia de los estudiantes sedentarios, se hicieron más
competentes al momento de reconocer oraciones aunque la diferencia no
surgió sino hasta que pasaron varias semanas de clases.
Quizá lo más interesante es que la mejora en el vocabulario y la comprensión duró más en los ciclistas. Cuando los investigadores les pidieron a los estudiantes que regresaran al laboratorio para realizar una ronda final de pruebas un mes después de las lecciones —sin practicar mientras tanto— los ciclistas recordaron palabras y las entendieron en el contexto de oraciones de una forma más precisa que quienes no habían realizado actividades físicas durante las clases.
“Los
resultados sugieren que el aprendizaje mejora cuando se combina con la
actividad física, dice Simone Sulpizio, profesora de psicología y
lingüística en la Universidad Vita-Salute San Raffaele en Milán, Italia
que es una de las coautoras del estudio.
Estas
mejoras van más allá de simplemente ayudar a la memorización, agregó.
El ejercicio también mejoró la habilidad que tuvieron los estudiantes
para usar las nuevas palabras.
Sin
embargo, en esta investigación participaron estudiantes universitarios
que hicieron un ejercicio relativamente leve, y no se sabe si las
personas que practican otro tipo de ejercicio lograrán los mismos
resultados.
Tampoco
se profundiza en lo que ocurre dentro del cerebro y que podría
contribuir a los beneficios del ejercicio. Sin embargo, muchos estudios
previos han mostrado que el ejercicio detona la liberación de varios
neuroquímicos en el cerebro que aumentan el número de células cerebrales
y las conexiones entre las neuronas, dice Sulpizio.
Estos
efectos mejoran la plasticidad del cerebro y aumentan la habilidad de
aprender. Desde el punto de vista del mundo real, las implicaciones del
estudio podrían parecer poco prácticas en un principio. Pocos salones de
clases están equipados con bicicletas fijas. No obstante, el equipo
especializado no es necesario, según Sulpizio.
“No
estamos sugiriendo que las escuelas o profesores compren montones de
bicicletas”, dice. “Una conclusión más sencilla es que las clases
deberían contemplar alguna actividad física. Sentarse durante horas sin
moverse no es la mejor forma de aprender”.
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