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Los
sismólogos jamás han comprendido tan bien a los terremotos como en la
actualidad, pero una tragedia tras otra nos demuestra que los temblores
siguen sorprendiéndonos y conmocionándonos
por su naturaleza volátil. Todavía no se puede predecir con exactitud
el momento o el lugar en los que ocurrirán, ni su grado de mortandad. No
obstante, si los investigadores pudieran realizar un registro de cómo
se intensifican los sismos, podrían predecir mejor cuán poderosos pueden
llegar a ser.
Los
sismos más poderosos están muy lejos de ser instantáneos. Pueden durar
minutos, lo que hace que sean menos parecidos a una única explosión
subterránea y más similares a una serie de explosiones que se proyectan
hacia afuera. Un estudio reciente, publicado el 29 de mayo en Science Advances, explica que la vía de salida de estas explosiones difiere según la fuerza del sismo.
Eso
significa que la magnitud final de un terremoto podría ser determinada a
tan solo diez o quince segundos de haber comenzado, y mucho antes de
que termine.
Una diferencia de un solo dígito en la magnitud de un terremoto significa que hay una liberación de energía 32 veces mayor. Muchos factores
determinan el nivel de peligrosidad de un sismo, pero un ligero aumento
en la magnitud puede marcar la diferencia entre provocar algunos daños y
ser catastrófico. Si se puede determinar la magnitud final de un
terremoto con antelación, podríamos advertir con mayor precisión a la
población que será afectada.
Diego Melgar,
un profesor adjunto de sismología en la Universidad de Oregón, explicó
que esta conexión no era lo que en un principio estaban buscando él y el
coautor del estudio, Gavin P. Hayes,
del Servicio Geológico de Estados Unidos. Ellos habían estado reuniendo
información de bases de datos relacionadas con sismos para realizar
simulaciones muy precisas de los terremotos más poderosos.
“En
el transcurso de la investigación nos topamos con algo interesante”,
dijo Melgar. Detectaron un momento clave en el tiempo que determina el
futuro de un terremoto.
El
equipo analizó con detenimiento 3000 terremotos registrados por los
sismógrafos de la agencia. La información recabada por estos sensores
muestra la energía liberada por un terremoto a lo largo del tiempo,
lejos del origen. Los investigadores también analizaron datos
relacionados con 30 sismos extraídos de una estación de geolocalización
en la que una antena atornillada al suelo rastrea el desarrollo de la
falla cercana al terremoto. Complementando estudios previos,
el equipo describió cuánto evolucionan los terremotos. Inmediatamente
después de comenzar, crecen de forma caótica durante unos segundos, un
pandemonio que dura mucho más en sismos prolongados. Entonces la falla
se organiza a sí misma (por motivos que no son claros) en algo que
parece un pulso: es una zona en forma de círculo que se mueve hacia
afuera desde el origen del sismo a lo largo del tiempo.
Este
círculo que pulsa indica el punto en el que la roca se fractura o se
desplaza. Hay menos probabilidades de que un pulso más delgado siga
creciendo hasta convertirse en un evento más grande, mientras que uno
más grueso tiene mayores probabilidades de hacerlo. El equipo argumenta
que, debido a estas diferencias, se pueden utilizar las dimensiones para
determinar la magnitud final del sismo a media fractura.
Desde
la década de 1980, los sismólogos han debatido si esa hazaña es
posible. Algunos afirmaron que las magnitudes finales podían calcularse
justo en el inicio del sismo, mientras que otros sospecharon que los
sismólogos tendrían que esperar a que la fractura terminara. Otros, como
Melgar y Hayes, se encuentran en un punto intermedio.
Stephen Hicks,
un sismólogo de la Escuela Imperial de Londres que no participó en el
estudio, aseguró que la información sugería que la correlación entre la
evolución de la fractura y la magnitud final no era ninguna
coincidencia. La forma en la que los grandes terremotos se aceleran
puede ser una característica recurrente en el caos generalizado.
Men-Andrin Meier,
un sismólogo del Instituto de Tecnología de California, aseguró que su
propia investigación también demostró que era posible determinar las
magnitudes finales a la mitad del sismo; sin embargo, difiere de Melgar y
Hayes respecto de qué tan al inicio de la fractura se puede calcular la
magnitud final. Su nuevo estudio establece el punto alrededor de los
diez segundos, pero Meier dice que depende de la magnitud y que puede
variar mucho.
Una
limitación del nuevo modelo consiste en que asume una conducta de
terremoto promedio. En realidad, “cada terremoto en particular tiene una
personalidad”, dijo Melgar. La evolución de determinados terremotos
podría no corresponder con los patrones esperados, provocando que la
realización de cálculos de la magnitud final a la mitad de la fractura
sea más difícil o, en algunos casos, más sencilla.
Melgar
también reconoce que los sismos poderosos, en especial los de
magnitudes superiores a los 8,5 grados, son más escasos que sus equivalentes más débiles.
Se necesita más información acerca de temblores de mayor intensidad,
proveniente de sucesos reales o simulaciones, para poder sustentar este
modelo.
“Es una buena idea especulativa, solo necesitamos fortalecerla antes de depositar nuestra confianza en ella”, declaró John Vidale, profesor de sismología de la Universidad del Sur de California.
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