KOM
OMBO, Egipto — Desde que Howard Carter encontró la tumba de Tutankamón
en el Valle de los Reyes hace casi un siglo, la cultura pop y el
folclore habían hecho referencias a la maldición de la momia; que
plagaría con mala suerte, enfermedad o muerte a quienes desenterraran
los tesoros escondidos del antiguo Egipto.
Pero
en el templo de Kom Ombo, 600 kilómetros al sur de El Cairo y donde los
arqueólogos recientemente encontraron algunas momias en descomposición,
el peligro fue más prosaico: los cimientos estaban inundados.
Debido
a décadas del uso de irrigación de los campos aledaños, que alguna vez
fueron desierto, la tierra debajo del templo quedó anegada. El agua
penetró en los cimientos del templo y, combinado con la sal y el calor,
incluso borró algunos jeroglíficos de los muros. Las figuras y símbolos,
que cuentan una historia antigua, se desvanecen hasta convertirse en
polvo.
De
acuerdo con los ingenieros de un proyecto de 9000 millones de dólares
que cuenta con financiamiento estadounidense, la solución es establecer
drenaje moderno. Desde octubre de 2017, decenas de trabajadores han
estado construyendo una trinchera de 9 metros de profundidad alrededor
de los muros de Kom Ombo para intentar drenar las aguas freáticas y
redirigirlas de regreso al Nilo.
“Expandirse hacia el desierto es un sueño bonito”, dijo el ingeniero del
proyecto, Tom Nichols. Desde un cerro detrás del templo, señaló hacia
los campos de caña de azúcar y las granjas aledañas. “Pero hay que tomar
en cuenta las consecuencias también”.
En
esta ocasión sucedió algo poco común: un equipo de arqueólogos trabaja
junto con los albañiles en espera de recuperar cualquier tesoro que sea
descubierto en la construcción. Ya han encontrado varios objetos
importantes, como un busto de Marco Aurelio, un viejo taller de
alfarería y un relieve de Sobek,
el dios cocodrilo al que venera el templo. En julio un arqueólogo
incluso se topó con los restos de un almuerzo antiguo: granos de trigo
de cuatro mil años de antigüedad dentro de una urna. “Este proyecto nos ha permitido reescribir la historia del templo”, dijo el director de Kom Ombo, Ahmed Sayed Ahmed.
El
descubrimiento más emocionante es algo más reciente: una esfinge
incrustada en arena que estaba dentro de un hoyo húmedo. La datación de
la esfinge sugiere que es de la dinastía tolemaica, que existió de 305
a. C. a 30 a. C.
Mide unos 60 centímetros, lo que vuelve a esta esfinge una miniatura en comparación a la Gran Esfinge de Guiza, que mide 20 metros de alto y 73 metros de pies a cabeza, aunque tiene una pata rota y otras marcas del paso del tiempo.
Mientras
que la esfinge de Kom Ombo está bien preservada y son notorias sus
marcas de aquel poder mítico: la cabeza de un hombre en el cuerpo de un
león con ojos que, después de dos mil años en la oscuridad, de nuevo
pueden ver la luz.
El
que haya una estatua, por más diminuta, demuestra la devoción que había
en la zona a los dioses del templo, dijo el investigador Matthew
Douglas Adams, del Instituto de Bellas Artes de la Universidad de Nueva
York. “Es señal de que el rey guardaba el templo para protegerlo de las
fuerzas del caos”, dijo. Esa protección no parece haberse extendido a evitar las inundaciones.
Los
problemas con el agua en Kom Ombo, y muchos otros sitios faraónicos a
lo largo del Nilo, son producto de uno de los mayores éxitos del Egipto
moderno.
La
enorme presa de Asuán, a casi 50 kilómetros al norte de Kom Ombo,
transformó la agricultura egipcia desde 1971, cuando fue completada. Al
permitir gestionar el ciclo de inundaciones y sequías, los egipcios
pudieron cultivar hasta los bordes del río y esas tierras se han vuelto
de las más productivas del planeta.
La
construcción de la presa también provocó una de las más impresionantes
misiones de rescate de un sitio arqueológico. En los años sesenta,
funcionarios egipcios y suecos se apuraron para salvar los templos de Abu Simbel
de la inundación por las aguas del lago Nasser. Los ingenieros
recortaron los templos en 1035 bloques de entre 18 y 25 toneladas y las
reconstruyeron pieza por pieza en 1968, en un terreno más alto.
Sin
embargo, desde entonces se han hecho evidentes más problemas no
previstos de la presa. En algunas partes del delta del Nilo la presa ha
causado un aumento en la salinidad y los agricultores han tenido que
cambiar sus cultivos o abandonar por completo los campos. Los templos
faraónicos también han tenido problemas.
Fueron
construidos cuando las zonas circundantes eran desérticas y a lo largo
de los siglos quedaron cubiertas por capas de arena, condiciones
importantes para la preservación. Pero hoy los templos están rodeados
por campos verdes, granjas y un país de casi cien millones de
habitantes.
El
cambio climático ha resultado en clima más variable y ha acelerado la
descomposición causada por las aguas subterráneas. El drenaje no tratado
y las aguas negras que se filtran de hogares informales también
contribuyen al problema.
La
primera señal de los daños por el agua son los jeroglíficos que quedan
borrosos. “Incluso si solo son partes de la inscripción, lo que queda
del antiguo Egipto es un recurso finito”, dijo Adams, el investigador de
la Universidad de Nueva York. “Si se pierde una sola pieza, se pierde
para siempre”.
Quizá
no es una preocupación tan destacada para los egipcios, sobre todo
porque la falta de agua es un problema más fehaciente para ellos debido a
la contaminación y la demanda por el agua. La
maldición de la momia, que empezó en 1922 con la muerte de lord
Carnarvon poco después de que se abrió la tumba de Tutankamón, podría
concluir el año próximo con la apertura del Gran Museo Egipcio.
El
sitio de 1000 millones de dólares está en construcción cerca de las
pirámides de Guiza y albergará más de cien mil artefactos, incluidas
todas las cinco mil piezas de la tumba de Tutankamón (mostradas juntas
por primera vez desde el descubrimiento); será el más grande dedicado a
una sola civilización.
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