Fuente: https://www.nytimes.com
No
tengo nada en contra de querer relajarse en un camastro en la playa o
de apuntarse a un clásico paseo de catedrales, monumentos y museos, pero
para los viajeros como yo (y supongo que para algunos como ustedes) las
vacaciones ideales son las que combinan la relajación y las excursiones
con hallazgos inesperados por calles estrechas, conversaciones alegres
con lugareños sorprendentes y vueltas equivocadas para de pronto
encontrar tesoros ocultos.
Pues
bien, esas experiencias no se ofrecen en paquetes de viaje. Se requiere
de buena suerte para toparse con un campesino sueco que te invite a la
casa de su amigo, fanático de los Beatles, para escuchar música y beber
whiskey; con el puesto agrícola de Montana con los duraznos más jugosos
que te puedas imaginar, o con el propietario de un restaurante albanés a
la orilla del mar que te reta a regresar a las seis de la mañana para
ir por la pesca del día siguiente.
Esos
han sido algunos de mis momentos de serendipia viajera. Quizá no puedan
repetirse, pero es bastante fácil crear los tuyos. La serendipia es
básicamente un sinónimo de buena suerte, pero difícilmente es azarosa.
“Cuanto más te esfuerces, más suerte tendrás”, dicen quienes practican
golf. La buena noticia para los trotamundos es que no necesitan invertir
horas de práctica turística para mejorar su desempeño como viajeros.
Visita lugares poco frecuentados
No
puedes obligar a un lugareño a charlar contigo, como lo he descubierto
en demasiados trayectos incómodos en autobús. Sin embargo, puedes
aumentar tus posibilidades si visitas países, regiones o ciudades donde
no tengas que forzarlos. Mi axioma de viaje más importante: cuantos
menos visitantes tenga un lugar, más dispuestos estarán los habitantes a
que hables con ellos. En otras palabras, es poco probable que te hagas
amigo de un parisino que vive a una cuadra de la Torre Eiffel. (A menos
que sea parte del sector turístico: los vendedores de recuerditos en
todo el mundo usualmente están más que dispuestos a ser amigables).
Donde las multitudes son escasas o por lo menos no son tan constantes como en Venecia,
los lugareños a menudo sienten tanta curiosidad por los turistas como
los visitantes sienten curiosidad por ellos. Así que cuando quieras
viajar, considera alternativas que no sean tan vistosas, pero que tengan
mucho que ofrecer y que además no tengan multitudes. Cerdeña en lugar
de la Toscana; Kuélap, Perú, en vez de Machu Picchu; Argelia en vez de Marruecos.
El
mismo principio aplica incluso dentro de un destino popular. Como
neoyorquino, de manera instintiva escapo de los montones de turistas que
llenan las aceras en el centro de Manhattan. Sin embargo, las cosas
cambian al otro lado del río Este en mi vecindario de Jackson Heights,
Queens, que tiene una gran oferta culinaria. Hace poco vi a un grupo de
jóvenes que observaban las tiendas y los locales de comida surasiáticos
en la calle 74, y fui yo quien los abordé: ¿de dónde vienen? ¿Por qué
están aquí? ¿Adónde irán después? ¿Puedo ayudarlos?
Sé intencionalmente espontáneo
“Mis
días de vacaciones son muy valiosos. No puedo arriesgarme a que algo me
salga mal, así que mejor planeo todo”: es una queja común de muchos
adultos ansiosos por tomar sus vacaciones anuales.
La
planeación es crucial, estoy de acuerdo. No obstante, un día lleno de
actividades no propicia la espontaneidad. Mejor piensa en tu itinerario
como un borrador, listo para que lo modifiques si algo llama tu
atención. Una vez abandoné un recorrido de un día en la ciudad turca de
Sanliurfa cuando me di cuenta de que estaba conduciendo por huertos de
pistache. Decidí salir de la autopista y pasé el día en una aldea
buscando un recorrido agrícola; funcionó.
Sin
embargo, no es necesario cambiar tus planes para todo un día. Imagínate
que tu plan es almorzar en un lugar elegante que tiene buenas reseñas
en tu guía turística y que, mientras vas hacia allá, pasas por un lugar
atiborrado de lugareños: es hora de cambiar tus planes. Puede que el
chef en el nuevo lugar que encontraste no tenga estrellas Michelin (o
quizá ni siquiera sea chef por formación), pero a veces una comida
sencilla que no habías esperado es mejor que una elegante sobre la cual
tienes muchas expectativas.
Otra
estrategia: por cada cinco días en los que vas a estar de viaje, aparta
uno para la espontaneidad planeada. ¿Estás en la ciudad? Deja tu
celular en la mochila y explora un vecindario a ciegas o con un mapa de
papel, y pide consejos a lo largo del camino. ¿Estás en el campo?
Conduce hasta una carretera local y detente cuando veas algo
interesante: un juego de béisbol de preparatoria, una granja de yaks o
hasta una tienda de señuelos (en este caso, incluso si no pescas, puedes
pedir direcciones a algún sitio interesante cercano).
Una misión
Para darle algo de estructura a tu aventura, idea una meta no muy seria que añada diversión y te saque de la ruta turística.
Proponte encontrar la mejor librería
de la ciudad, prueba todas las marcas de dulces locales o busca los
sabores de helado más raros. Si vas a Inglaterra, por ejemplo, pacta con
tu grupo que al final del viaje todos ya hayan elegido a su equipo de
fútbol favorito de la Liga Premier para cuando regresen a casa. Eso los
motivará a que hablen con los lugareños, porque ellos seguramente
buscarán defender a su club. En el noreste de Portugal, me prometí
aprender algunas palabras de la lengua local, el mirandés. La gente se
mostró alegre al enseñarme, aunque, como lo imaginé, no tanto como los
ingleses lo estarían al hablar de por qué su equipo de fútbol es mejor.
Di ‘sí’
A
veces se presentará una oportunidad de desviarse o cambiar los planes y
quizá tú (o tus compañeros de viaje) podrían pensar que es algo tonto o
exasperante.
¿Deberíamos
ir por esa calle solo para ver qué hay ahí? ¿Nos bajamos en una
estación del metro al azar y exploramos? ¿Nos detenemos en un
supermercado para ver qué tipos de cereales tienen? ¿Vamos a una cena
improvisada de la que vimos un volante? Las respuestas son sí, sí, sí y
sí. ¿Qué vas a perder si todo sale bien, el segundo museo o el tercer
monumento del día? Y si sale mal, quizá te atrasarás quince minutos.
Solo hay una buena razón para decirle no a una idea: si te pone en
riesgo físico.
A
pesar de lo que te enseñaron de pequeño, “sí” también es la respuesta
de la siguiente pregunta: ¿debes hablar con extraños? (siempre y cuando
sea culturalmente apropiado). A veces me gusta establecer una meta como
hablarles a cinco personas al azar al día. Les hago cualquier pregunta
tonta que se me ocurra. En un restaurante en Nápoles, le pregunté a la
familia italiana en la mesa de al lado qué tal estaba su aperitivo; me
dieron el resto del plato. Le pregunté a una clienta en una estación de
gasolina en Dakota del Sur si había alguna diferencia entre el café que
se estaba sirviendo y el otro que dejó a un lado: era más fresco, me
dijo. No me pareció muy convincente, pero me dio la oportunidad de
descubrir que era una divertida estudiante estonia de intercambio con
excelentes anécdotas sobre sus viajes por Estados Unidos.
Busca crear comunidad
Pasan
cosas geniales cuando tus familiares o amigos, o los amigos de tus
amigos, viven en tu destino. Así que busca a esos primos terceros de
Hungría o al antiguo compañero de cuarto de la universidad de la persona
con la que saliste en el bachillerato que ahora vive en Vietnam para ir
a comer, beber té o para que te dé un consejo.
Si
no conoces a nadie de antemano, busca clubes, grupos u organizaciones
profesionales de tus áreas de interés. Quizá los cirujanos quieran
recorrer un hospital local; los periodistas, una redacción o los
policías, un precinto. No hace daño intentarlo. Lo peor que podría pasar
es que no pase nada. Pero quizá obtienes algunos consejos geniales
sobre playas que vale la pena visitar o la vida nocturna o, incluso,
hagas un amigo. No necesariamente es porque quieras aprender algo sobre
el Club de Suéteres de Barcelona (no es una organización existente, es
solo un ejemplo), sino que estás buscando una manera de crear
conexiones.
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