Quinta Heren de noche
Fuente: https://elcomercio.pe
Por: Alfredo Villar
Nuestro
país —todos lo sabemos y estamos orgullosos de ello— es rico y diverso
en saberes, sabores, sonidos y colores. Ahora que celebramos los cien
años de Víctor Humareda
es bueno verlo no solo como el gran pintor admirador del
postimpresionismo francés, sino también como el primer artista que
descubrió los colores de la vieja y, sobre todo, nueva Lima (aquella
Lima de las primeras grandes migraciones, la del cerro San Cosme y La Parada,
la del mundo provinciano que venía con todo su exuberante pantone
vernacular). Si Chacalón nos enseñó la música que realmente baja de los
cerros, Humareda fue el primero en mostrarnos sus verdaderos colores.
Nacido
en la provincia de Lampa, Puno, en 1920, Humareda no esperó mucho para
iniciar su propia historia de migración. Con solo 19 años, decidió fugar
de su hogar para emprender la aventura en la gran capital. De todos los
caminos posibles, Humareda opta por el de artista e ingresa a la
Escuela Nacional de Bellas Artes. Es el momento en el que el
indigenismo, dirigido por José Sabogal, era hegemónico en la escuela,
pero eso cambiaría pronto cuando la dirección pasó a los pintores
“independientes”.
De
esta manera, en su formación artística, estuvieron presentes tanto la
influencia de la mirada hacia el Perú profundo, campesino y popular, que
proponían los indigenistas, como el afrancesamiento vanguardista
promovido por el grupo independiente.
La ciudad como personaje
Aunque,
en un principio, en la pintura de Humareda primaron los grises y
marrones a lo Goya, poco a poco el color iría cobrando importancia,
sobre todo, a partir de la mudanza del artista, en 1954, al hotel Lima,
en pleno corazón de La Parada. En este espacio, Humareda descubrirá el
universo múltiple y marginal, pero también emergente y emprendedor de
los provincianos que, como él, se ubicaban en los extramuros de la
ciudad.
Es
en esta década que Humareda se convierte en el pintor de una Lima
personalísima. Su paleta está fascinada por la explosión de colores de
artistas como Toulouse-Lautrec, Van Gogh y Gauguin. Humareda pinta la
ciudad, desde sus rincones más tradicionales como Barrios Altos o
Barranco hasta los entonces nuevos y pujantes como San Cosme y La
Parada, con la mirada de un colorista nato, pero también con la del
artista que considera que las calles, las casas, los espacios también
tienen alma y sienten. La ciudad se convierte, por primera vez en la
pintura peruana, en un personaje más que un “paisaje” o un “fondo”.
Nadie había encontrado tanto color en Lima como él y este va a ser uno
de sus legados más importantes, que, además, abriría al arte peruano a
una nueva estética.
Los herederos
A
partir de Humareda, se produce un quiebre en la forma de retratar la
urbe. Un nuevo arte pop/ular urbano aparecería y el primer artista que
va a continuar ese legado va a ser Enrique Polanco. Él conoce en la
Escuela de Bellas Artes a Humareda, quien iba eventualmente a visitarla y
conversar con los estudiantes. Una profunda amistad surgiría entre
ambos pintores y, desde entonces, el hotel Lima se convertiría en la
verdadera escuela de Polanco. “Yo siempre he dicho que quien me inyectó
el amor por la pintura fue Humareda. Quizá lo más valioso que me brindó
fueron sus conversaciones sobre el arte, el color, la historia”, refiere
el artista. Las conversaciones se unieron a las caminatas por La Parada
y el cerro San Cosme, cuyo color y vitalidad Polanco absorbería
furiosamente.
Con
Polanco, el cromatismo desbordado para retratar la urbe dejaría de ser
una novedad. Otro artista que seguirá una línea colorista y personal
será Piero Quijano: “Quizá lo que une a artistas como Humareda, Polanco y
yo mismo sea la preocupación por lo urbano y lo popular, aunque lo
trabajemos de una manera distinta”.
Años
después, un artista amazónico se influenciará por el cromatismo de
Humareda, Christian Bendayán. “Humareda fue uno de los primeros artistas
que admiré”, recuerda. Sobre la importancia de su obra, comenta: “Su
modernidad es su gran aporte. La Lima colonial y republicana estaba en
decadencia, y él nos muestra otro camino y todo un nuevo mundo. Su color
rompe con el gris limeño tradicional”.
Recordemos,
entonces, a Humareda no solo como un pintor afrancesado. Su obra, ahora
más que nunca, es también la memoria de un desborde de color popular y
peruanísimo a la vez.
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