LA RUTA HUANCANÉ -
MOHO - CONIMA
Jorge
Flores Salas
Si
el Lago Titicaca es el corazón del
altiplano, la ruta Huancané- Moho - Conima debe ser una de sus arterias
coronarias, especialmente durante las fiestas de la cruz, entre el primero y el
tres de mayo. Este pensamiento me viene a la mente, mientras me instalo
precariamente en el patio de la iglesia de piedra color rosa del pueblo de
Moho, en cuyas grietas ha crecido la
hierba.
Su construcción data de 1807 y es una verdadera belleza engastada en la placita de un encantador e ignoto pueblo del Altiplano, placita afeada sólo por el modernista y anacrónico hotel de cinco pisos y fachada de vidrio curvado, edificado por la municipalidad, en el cual, no sin sentimiento de culpa, me alojo.
Su construcción data de 1807 y es una verdadera belleza engastada en la placita de un encantador e ignoto pueblo del Altiplano, placita afeada sólo por el modernista y anacrónico hotel de cinco pisos y fachada de vidrio curvado, edificado por la municipalidad, en el cual, no sin sentimiento de culpa, me alojo.
La
iglesia y el hotel son edificios que no hacen sino reflejar una complejidad
cultural que va mas allá de toda lógica, que es capaz de combinar alegrías y
penas, certezas y dudas, claros y oscuros en un solo pero eterno instante.
Trato
de fotografiar a sicuris, a campesinos con rostros apergaminados de profundas
arrugas y danzarines con máscaras de ancianos grotescos y bastones retorcidos
que bailan “ El Auki Auki” también
conocido como la “La Danza de los
Viejitos” y cuyas comparsas vienen por cada confín de la plaza; uno tras otro,
compiten tratando de apagar el sonido de los demás conjuntos que se han ido
sumando a la fiesta desde la una de la tarde. Cada grupo viene acompañando a
una cruz cargada por un séquito de oferentes que ataviados con sus mejores
galas y henchidos de orgullo ingresan en la iglesia de Moho mientras los
músicos esperan tocando en el patio.
Más
temprano, fui mudo testigo de bautizos y bodas, todo en un sincretismo cultural
y religioso que otra vez superan mi posibilidad de análisis y comprensión;
simplemente trato de abandonar mis sentidos a la celebración y procuro
empaparme de ella -una fiesta que aún no
esta contaminada por el turismo y que se da por y para los habitantes de este
remoto sector del lago Titicaca- “gringo, gringo, haznos una foto”, me piden un
grupo de sicuris, mientras sostienen su estandarte- a pesar de ser moreno, la
mochilota que llevo a cuestas y la cámara reflex me dejan como un emplasto
parado en medio del patio de la iglesia, con sambenito de gringo; imposible
negarme a la foto, imposible nuevamente evitar sentir la culpa de trastocar con
mi capotillo, el encanto de esta celebración; “senquiu”, me dicen mis
agradecidos sicuris, “de nada”, les contesto.
El
viaje se inició tres días antes y viene a completar una primera exploración que
por esta zona del Lago Titicaca realicé hace dos años, las dos veces, con mis
eternos compañeros de aventuras del entrañable grupo de excursionismo, Andaray.
Todos
los primeros de mayo, el pueblo de Huancané se viste de gala para celebrar a
las Cruces y los Sicuris comienzan una festividad religiosa que por momentos
toma ribetes de competencia musical; la fiesta, al ponerse el sol se traslada
al “Cerro de la Cruz”, donde suben
comparsas de músicos y participantes hasta la propia cumbre por un camino zigzagueante, algunos,
tocando los bombos y las zampoñas, otros simple y sencillamente llevando velas
encendidas. Una vez instalados en el cerro, los lugareños comienzan a aplacar
el intenso frío del otoño puneño con importantes cantidades de licor, cuyos
efectos muchas veces han provocado mas de un accidente a la hora de bajar del
cerro a la mañana siguiente.
Huancané,
se encuentra a una hora de viaje de la ciudad de Juliaca y es relativamente
sencillo trasladarse en transporte público; el pueblo se encuentra flanqueado
de cerros, subiendo los que están al suroeste es posible llegar a divisar ya
desde su cumbre al Lago Titicaca, cuya visión es sobrecogedora por el azul de sus
aguas y la ausencia de la lenteja de agua “Lemna sp.”-alga foránea familia de las Lemnáceas, introducida en el
lago accidentalmente y que ha infestado las aguas que circundan la ciudad de
Puno produciendo un daño ecológico irreparable- por el contrario, en toda esta
zona, el lago bulle de vida; lo grita a los cuatro vientos el color de sus
aguas o mejor dicho la increíble transparencia de las mismas, los peces que
complementan la dieta de los pobladores y la abundancia de aves y vegetación de
sus alrededores. Tuve la oportunidad de visitar estos encantadores parajes
junto a Stuart Goldie, septuagenario, aguerrido y buen amigo caminante, a quien
le asombraba el parecido de esta tierra llena de bosquecitos, hierba verde y
dominada por el lago, con su Escocia natal.
Si
se continua andando por un caminito empedrado, es posible llegar hasta el
pueblo de Quellahuyo a dos horas a pie; la ruta es rotundamente hermosa por la
vegetación y la vista del Lago. Nuevamente, en la carretera principal nos
esperaba una furgoneta previamente contratada, que tras veinte minutos, nos
llevó hasta el pueblo de Vilquechico y quince minutos después nos dejo en las
ruinas de Keñalata -restos arqueológicos Tiahuanaco en donde es posible ver
diversas “Chulpas”, pequeñas torres circulares de piedra que sirvieron de
tumbas o graneros- las que se encuentran en diferentes estados de conservación,
las ruinas forman además extensos
pircados de piedra, “El cultivo de tubérculos al interior de estas se ha
mantenido hasta la fecha con el agua obtenida de las lluvias”- nos cuenta una
de las mujeres que encontramos arando la tierra, lo atestiguan también los
atados de plantas en forma de cruz que colocan en las paredes de piedra, con
los que piden la intercesión divina para que aleje de aquellos campos el
fantasma de la sequía. Las ruinas de Keñalata se extienden hasta lo alto de un
cerro; una vez en la cumbre y
trasponiendo un pórtico de piedra se tiene una vista panorámica del altiplano.
En
la distancia una cadena montañosa que pertenece a Bolivia, más cerca, la
estancia Sisinauyo hendida por una trocha de tierra por la cual transitan
cansinos camiones por caminos polvorientos hasta el pueblo de Cojata, después
la frontera Boliviana. La zona es conocida también por el intenso tráfico de
mercadería de contrabando que atraviesa las fronteras en nocturnas y furtivas
caravanas a las cuales denominan “La Culebra” y que producen una evasión
tributaria tal que según se refiere puede llegar a la friolera de sesenta y
cuatro millones de dólares anuales, paradójicamente, en una de las zonas del
Perú donde la pobreza se ha ensañado con la población indígena con mayor
rudeza.
La
movilidad nos traslada de regreso a Huancané, en donde a las seis de la tarde
nos enteramos que ha partido el último autobús al pueblo de Moho, entonces el
viaje se adereza; precariamente embutidos en la tolva de un camión y sentados
sobre zapallos y costales de papas, compartimos transporte con aproximadamente
seis señoras y otro tanto de niños que vienen arropados en mantas desde
Juliaca, helados de frío y con un cielo nocturno de campeonato que por momentos
amenaza con volverse una alucinada pintura de Van Gogh; llegamos a Moho dos
horas mas tarde.
A
la mañana siguiente subimos al cerro Merkemarka, nos toma dos horas ascenderlo pero
la vista del lago es una delicia, especialmente en las tardes cuando los
colores son más intensos y tornasolan la verde bahía de Moho que dibuja un
pequeño embarcadero el cual se adentra en el lago.
La
próxima parada es Conima, pueblito más pequeño que conserva sólo una de las
torres de su derruida iglesia de piedra. Frente a Conima se encuentra Isla
Soto, que pertenece a una comunidad campesina; la Isla es pequeña, pero más
grande que su vecina Suazi, isla privada de la cual les hablaré mas adelante.
Los Soteños, como se les denomina a los comuneros de la Isla Soto, son una suerte de costeños
de altura, están dedicados a la pesca y a pesar de que muchos tienen casa en el
pueblo de Conima, los Conimeños se refieren a ellos como si pertenecieran a un
grupo distinto; dedicados particularmente a la pesca y expertos navegantes del
lago, sin duda, se distinguen de las comunidades cuyas actividades se limitan
exclusivamente a la ganadería o la agricultura.
No
siempre es posible encontrar transporte a Isla Soto, particularmente en días de
fiesta. El traslado en bote a motor toma dos horas. La Isla tiene playas
realmente hermosas de fondos transparentes y azules profundos, rodeadas de
vegetación; los espíritus fuertes pueden tentar un baño en las horas más calurosas
del día.
Montamos
campamento y pasamos la noche en una playa del pueblito de Cambría, la puesta
de sol, les advierto, los puede dejar alelados de por vida, mientras que
Gaviotas y Zambullidores del Titicaca hacen la ultima pesca del día y los botes
se mecen al compás de las olas, el cielo estalla y se incendia en amarillos y
rojos impresionantes, si la belleza del atarceder no le produjo un daño
cerebral permanente -y como nosotros decide acampar- de seguro el frío de la
noche lo hará; si no se le han congelado hasta las ideas y sobrevive a la
helada noche, entonces ya está listo para visitar Isla Suazi. El poblado de Cambría queda en realidad entre
Moho y Conima, da servicio de transporte en botes a remos de forma regular a la
Isla Suazi, la cual esta destinada al turista extranjero o al nacional que
cuente con tarjeta de crédito de uranio o de criptonita, ya que los costos de
las habitaciones y los impecables servicios no son para los débiles de corazón;
la isla eso sí, se puede visitar pagando una cantidad bastante razonable y en
ella se han introducido Vizcachas, Alpacas y Vicuñas. Los jardines y la
orientación naturalista del hotel son la quintaesencia de aquellos que
disfrutamos de la observación de aves, los Colibríes Gigantes -“Patagona gigas”-
se regalan a la vista, al igual que la más habitual Choca Andina ó Gallareta
-“Fulica ardesiaca”-y muchísimas otras especies que de seguro le suman
atractivo a la isla, es una buena idea llevar al viaje un buen par de
binoculares y una guía de aves. El cruce
en bote de remos de Cambría a Isla Suazi toma 15 minutos, Clímaco, el barquero
de veintiocho años, me comenta que además del transporte se dedican a la pesca
de truchas, bagres, suches e ispis,
estos últimos, pececitos que secan al sol y constituyen parte de la dieta en el
altiplano; a diferencia de los pobladores de los Uros no comen a las aves del
lago, pero pescan ranas o sapos, “ampatos” en Aymara. Los compradores vienen
desde Lima y Arequipa, los venden vivos para ser consumidos como afrodisíacos,
obtienen un sol por cada “ampato”; refiere que en dos días suelen pescar entre
500 y 700 individuos, - “ya no veo ninguno en el fondo...”- comenta no sin
cierta preocupación Clímaco, finalmente pregunta con una sonrisa triste
¿habremos pescado demasiados?.
Regreso
del viaje llevándome en el corazón el profundo sonido de los tambores de
sicuris de esa hermosa ruta que se vive entre Huancané y Conima todos los
primeros de mayo en las fiestas de la cruz, regreso con la esperanza de que el
espíritu de estos pueblos nunca se venda al mercantilismo del turismo sin
conciencia, regreso con la alegría de haber visto paisajes y aves hermosas, regreso con
preocupación por los “ampatos” del Titicaca; regreso finalmente con una
alegría, una pena, una duda...
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