jueves, 15 de agosto de 2019

Un Perú para Napoleón






"Han propuesto mi nombre… ¡Napoleón, rey del Perú!", exclamaría el Gran Corso (45) desde aquella inexpugnable fortaleza natural rodeada de agua. Sometido a un exilio forzado en Santa Elena, un archipiélago del Atlántico Sur ubicado muy lejos de cualquier orilla de desembarco –a 1.950 km de la costa suroeste de África, a 2.900 km de Sudamérica–, el gran estratega habría lanzado un bramido inútil hacia el anfiteatro volcánico circundante. Luego de su debacle en Waterloo (1815), los ingleses lo confinaron en este pequeño puntito perdido en ultramar. Allí viviría entre la niebla y la humedad. Gastado por el aburrimiento, por el monótono paso del tiempo, la depresión y un probable envenenamiento por arsénico terminarían matándolo seis años después, en 1821.

Pese a su situación geográfica invulnerable, 2.500 efectivos vigilaban al ilustre y temido prisionero, quien apenas al desembarcar dijo: "Hubiera sido mejor quedarme en Egipto, ahora sería el rey de Oriente". Mientras tanto, en algún lugar del Nuevo Mundo se urdían ciertos planes. La revista "History Today" publicó en el 2005 un ensayo en el que Christopher Woodward afirma que lord Cochrane, el intrépido marino británico afincado en Chile, quería rescatar a Napoleón de Santa Elena y traerlo a Sudamérica aprovechando la guerra entre España y sus colonias.

Era 1817, Argentina y Chile ya estaban independizadas y un Napoleón de 50 años no recalaría sino en el Perú, con la venia de San Martín. Entonces el célebre presidiario habría gritado a los cuatro vientos de Santa Elena esa posibilidad. Autores como Javier Moro en la novela "El imperio eres tú", Thierry Brun en "El espía chino de Napoleón" y Emilio Ocampo en "La última campaña del emperador: Napoleón y la independencia de América" corroboran la tesis. Paradojas de la historia, Napoleón Bonaparte moriría dos meses antes de proclamarse la independencia del Perú.

—La ruta del tesoro— 

"Sin duda, el de Cochrane es un curiosísimo caso de admiración de un héroe enemigo, quizá causado por eso que Ortega y Gasset llamó ‘la nostalgia por la orilla del frente’", dice Augusto Ferrero Costa (75), prominente jurista, exembajador del Perú en Roma y especialista en temas napoleónicos desde que tenía 24 años, cuando caminaba por el Barrio Latino de París y descubrió un curioso negocio de autógrafos. Allí, en la Librairie de l’Abbaye, un pequeño papel (178 x 225 mm) llamó su atención: bajo la transparencia de amarillentas hebras y una marca de agua diluida, pudo leer la solicitud del comandante del ejército del interior a un artillero de París: el envío de 60 obreros para que trabajen día y noche en los edificios de la Escuela Militar. La rúbrica: "Buonaparte-Le Général en chief de l’Armée".

Semejante hallazgo sería el detonante para una cacería que nunca cesó: librerías y tiendas anticuarias de Europa y Nueva York recibirían al insólito coleccionista sudamericano ávido por adquirir todo lo que tuviera que ver con Napoleón. El resultado es una admirable recomposición de la historia familiar, política y militar en autógrafos que se remontan a los orígenes de la estirpe –Carlo de Buonaparte y Letizia Ramolino, sus padres– y atraviesa de la I a la III República en un poderoso concentrado que alcanza a sus mujeres, amigos y hasta a quienes lo derrotaron en Waterloo.

Así, la edición de los lujosos volúmenes "Napoleone e il Perù" (2014) y "Napoleón, ¿un emperador para el Perú?" (2017) tienen la cualidad de mostrarnos al héroe redivivo en su caligrafía. Es posible imaginarlo inclinado sobre el papel, escuchar el ruido de la pluma al rasgarlo. En estas cartas, además, se percibe la evolución de sus títulos nobiliarios, de la sonoridad itálica Buonaparte para darle un tono francés y convertirlo en Bonaparte hasta culminar en un sonoro Napoleón. Los hallazgos de Ferrero han merecido la admiración hasta del Museo Napoleónico de Roma, que los atesoraría. En el camino, claro, fue encontrando las firmas de Rossini, Liszt, Mendelssohn, Verdi, Wagner, Brahms, Tchaikovski, Bizet, Debussy, Strauss, Schumann, Chocano, Valdelomar, etcétera, además de sendas autógrafas de papas, reyes, virreyes y presidentes.

Pero esa es otra historia. Lo que para esta efemérides napoleónica interesa es la pericia del insigne coleccionista a la hora de trabajar la genealogía del pequeño estratega ítalo-francés. Que se completa con un invaluable cuadro de la Virgen Peregrina y el Niño Jesús, ambos luciendo el bicornio napoleónico. Todo un símbolo del llamado genio de la guerra y sucesor de Aquiles, de César y de Alejandro el Grande. El que cambiaría el curso de la historia. El hombre que firmaba como N, Np, Nap, Napol, Napole o Napoleón, de acuerdo a la gradación del destinatario. El hombre que así como provocaba encarnizadas batallas, era capaz de descender de su legendario caballo blanco, empinarse sobre su estatura y decir: "En la guerra, como en el amor, para acabar es necesario verse de cerca”.

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