Fuente: https://www.nytimes.com
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El
pez cofre amarillo no se ve muy ágil. Al ser achaparrado y rectangular,
parece un contenedor de plástico con aletas. Incluso sus colores
sugieren torpeza, los juveniles son de color amarillo brillante con
puntos negros, como si dijeran: “¡Abran paso!”.
Sin
embargo, en el arrecife de coral, encontrarás a estas criaturas con
forma de cubo saliendo y entrando rápidamente de espacios estrechos,
atrapando camarones ocultos en grietas y virando con la misma habilidad
que un campeón de ciclismo. La combinación del diseño de sus cuerpos y
su estilo de natación “realmente aturde la mente”, dijo Pim Boute,
candidato doctoral de la Universidad de Wageningen en los Países Bajos.
También ha inspirado décadas de investigaciones sobre cómo, exactamente,
pueden moverse con tanta agilidad. La última incursión, que realizó
Boute junto con algunos colegas cuando era estudiante de maestría en la
Universidad de Groninga y que publicó la revista Royal Society Open Science la semana pasada, expone la influencia de un elemento poco estudiado: la aleta caudal del pez.
La
mayoría de los peces, desde los pececillos hasta los tiburones, tienen
cuerpos flexibles, que ondulan para viajar en el agua. No obstante, los
peces cofre portan un conjunto de placas óseas rígidas, llamado
caparazón. El caparazón actúa como una armadura, pues los protege de
depredadores, pero restringe su flexibilidad. Por lo tanto, si quieren
moverse, “solo pueden usar sus aletas”, explicó Boute. También les da su
forma extraña: otras especies de peces cofre parecen carteras, frisbis u otomanas.
En
2015, un grupo de investigadores, entre ellos los dos coautores de
Boute, publicaron un estudio que indicaba que estos caparazones hacían
que los cuerpos de algunos peces cofre fueran inestables en el agua por
naturaleza. (Otros estudios han llegado a la conclusión opuesta: que la rugosidad del caparazón, de hecho, les da más estabilidad).
Si
ese es el caso, las aletas no solo impulsan y guían a los peces, sino
que también los estabilizan, comentó Boute. Con base en estudios
previos, así como en sus propias exploraciones submarinas, dedujo que la
aleta caudal era “bastante importante” para ajustar la guiñada o el
bandazo: las desviaciones rápidas que se hacen en un plano horizontal.
(Por ejemplo, cuando un auto pasa por hielo en la carretera y se
derrapa, realiza un bandazo).
Para
poner a prueba esta teoría, Boute y sus colegas usaron modelos de
plástico tridimensionales de peces cofre amarillos. (Estos modelos son
comunes en este tipo de estudios, dijo, porque es difícil medir las
fuerzas que actúan en un pez vivo). Colocaron cada modelo en un tanque,
sujetos a una caña que los mantenía fijos, y les dirigieron agua que
fluía como si estuvieran nadando, mientras que un sensor media la fuerza
rotacional que experimentaba el pez falso.
Hicieron esto varias veces, y en cada ocasión cambiaban el ángulo del
pez cofre con respecto al flujo del agua. Después, volvieron a hacer las
mismas pruebas con los modelos, pero les agregaron una aleta caudal.
Pusieron a prueba la aleta en una posición tanto abierta como cerrada
—cuando la aleta caudal de un pez cofre se abre, su tamaño es de más del
doble— y en una serie de posturas: de totalmente extendida a un poco
torcida a la derecha o a la izquierda.
Los
investigadores descubrieron que, sin una aleta caudal, los peces cofre
quedaban a merced del flujo del agua: si no hubieran estado atados a una
caña, los habría empujado a la izquierda o a la derecha. Sin embargo,
la aleta caudal abierta estabilizaba al pez, sin importar el ángulo en
el que estuviera su cuerpo. La aleta caudal cerrada tenía un efecto más
sutil, pues contrarrestaba el impulso del agua que venía en dirección
opuesta, con distintos grados de intensidad, dependiendo de la posición
del pez. Las medidas de fuerza también indicaron que cuando la aleta
giraba, el pez también lo hacía.
Esto
indica que, al abrir, cerrar y girar su aleta caudal, el pez cofre
puede “controlar el sistema inestable que es su cuerpo”, pues se inclina
en algunas curvas y corrige la dirección en otras, dependiendo de
adónde quiera ir, explicó Boute.
También
refuerza el argumento de que la forma del pez cofre es inestable por
naturaleza, lo cual Boute ya veía venir, debido a que el cuerpo del pez
se mueve de un lado a otro con mucha velocidad, dijo.
Malcolm
Gordon, profesor retirado de Ecología y Biología Evolutiva de la
Universidad de California, campus Los Ángeles, se refirió a los nuevos
resultados como “refinamientos científicamente sensatos” en una búsqueda
que por decenios ha intentado entender el funcionamiento del pez cofre.
Sin embargo, sigue favoreciendo el lado contrario del debate sobre la
estabilidad, y piensa que el caparazón ayuda al pez a mantenerse
estable.
No
obstante, el pez cofre sigue haciendo lo que mejor se le da: distraer a
los científicos con sus movimientos inverosímiles. En cuanto observas a
uno de ellos tratar al arrecife como un campo de deportes extremos, “es
obvio que usan la aleta para girar”, afirmó Boute.
“Pero cuantificar eso… sí requirió bastante trabajo”.
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