martes, 7 de abril de 2020

La peste que destruyó el imperio por Luis Millones






No es la primera vez que el Perú interrumpe su vida por una enfermedad desatada como plaga transcontinental. Sucedió también en el siglo XVI, en momentos de la expansión del Tahuantinsuyu hacia el norte de sus fronteras.

No es posible precisar la naturaleza del mal que causó terribles bajas en la población indígena, el único indicio es que las erupciones cutáneas desfiguraban a los enfermos, lo que hizo suponer que el sarampión o la viruela fueron la peste a la que se refieren las crónicas.

La otra precisión que puede hacerse es que la rapidísima dispersión del mal nació a raíz del contacto con la población europea, que contagió uno de sus males ya conocidos a gente sin las ventajas de haber lidiado contra esa enfermedad.

De ser así, el camino de la plaga navegó por las Antillas y Panamá antes de llegar al Pacífico y tomar por asalto lo que nuestra historia llama el reino de Quito, donde abatió al gobernante de los incas, y a su recién elegido heredero Ninan Cuyuchi, que murió junto con él.

Los relatos de la época describen los presagios que perturbaron el sueño de Huayna Cápac antes de caer enfermo. Dicen los textos de los siglos XVI y XVII que en un sueño se vio rodeado por “un millón de millones de hombres”, que en lugar de venerarlo le eran hostiles. Una vez despierto, concurrió a su llamado el arúspice que acompañaba a sus tropas, quien le explicó que la plaga de la que ya tenía noticia, aun sin saberse enfermo, le anunciaba, con el número de personas soñadas, las que se preparaba a devorar.

A ello se sumó el disgusto de la Madre Luna, que apareció rodeada de tres círculos, uno de color sangre, otro negro y un tercer anillo de humo, presagiando las guerras entre los miembros de la familia imperial, el luto que cubrirá el imperio por la presencia de enemigos de tierra ajena, que destruirían el imperio, y, por último, la Luna mostraba un aro de color de humo, que le anunciaba la forma en que se desvanecerá el universo conocido.

Otra señal turbó la vida del inca antes aun de su viaje al norte. En el cielo del Cusco se vio sufrir a un águila real perseguida por aves rapaces menores, que la golpeaban sin cesar; finalmente, el ave atacada cayó al suelo. No hubo forma de recuperarla, su muerte fue interpretada como un mal presagio.

No sabemos si el agorero de los casos mencionados fue premiado o ajusticiado, nadie puede agradecer el aviso de desgracias. No conocemos el destino del adivino, pero es claro que su interpretación fue valedera.

El destino anunciado se cumplió después de la muerte del inca, cuyo cuerpo momificado regresó al Cusco, acompañado por una de sus esposas, para recibir las honras fúnebres de otro de sus hijos, Huáscar, que gobernaba en su reemplazo. La historia que sigue cumple el destino fijado por anillos de la Madre Luna: la guerra entre Huáscar y Atahualpa, que gobernaba en Quito, teñirá de sangre el territorio andino. Atahualpa, que contaba con las experimentadas tropas de su padre, logró imponerse al reclutamiento improvisado de su rival. Pero el vencedor no llegaría a ceñirse la mascapaycha en Cusco, en su camino a la capital será interceptado en Cajamarca, capturado y ajusticiado por mandato de Francisco Pizarro. La ocupación inmediata del espacio incaico por una migración de Europa y de origen africano convertirá Sudamérica en una colonia, desvaneciéndose el Tahuantinsuyu hasta en el recuerdo de sus hijos.

Pero la peste no solo llegó a través de agüeros que necesitaron interpretación. También cayó directamente sobre el desventurado Huayna Cápac. Habiendo recibido los anuncios arriba mencionados, el inca tuvo una extraña visita en el reino de Quito. Un desconocido se le acercó portando una caja pequeña y luego de haber saludado al monarca, con mucha reverencia, le dijo que traía un regalo del dios Viracocha. Se le pidió entonces que lo mostrase, pero el desconocido dijo que solo el inca debería abrir la misteriosa caja, saludó nuevamente y se retiró. Para sorpresa de todos, de ella salieron pequeños seres alados, como mariposas, que volaron esparciendo “el sarampión” y causando pavor a los testigos y al resto de la población.

Desesperado, Huayna Cápac hizo construir una habitación cerrada para impedir que las “mariposas” lo tocaran y no cayera enfermo.

Dicen las crónicas que, pasado un tiempo, cuando su gente rompió el encierro, su cuerpo ya estaba medio podrido y los presagios comenzaron a convertirse en inevitables realidades.

Quinientos años más tarde, otra plaga nos amenaza y empieza a tener víctimas. ¿Estamos preparados? La ventaja sobre el inca encerrado para protegerse es que nosotros sabemos que el remedio es la voluntad de vivir, por encima de los presagios.

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