Fuente: https://www.nytimes.com
Por
Todo esto ha
sucedido mientras Gagliano se dedica a la investigación científica, una
disciplina en la que ha roto paradigmas en el ámbito de la conducta y
las señales de las plantas. Actualmente trabaja en la Universidad de
Sídney, en Australia, y ha publicado una serie de estudios que sustentan
la premisa de que, hasta cierto punto, las plantas son inteligentes.
Sus experimentos indican que pueden aprender conductas y recordarlas. Su
trabajo también sugiere que las plantas pueden “escuchar” el correr del
agua e incluso producir sonidos de chasquidos, quizá para comunicarse.
Las
plantas han moldeado directamente los experimentos y la trayectoria
profesional de Gagliano. Cuenta que, en 2012, un roble le aseguró que
una riesgosa solicitud de beca (donde proponía una investigación acerca
de la comunicación sonora con las plantas) tendría éxito. “Estás aquí
para contar nuestras historias”, le dijo el árbol.
“Estas experiencias no son del tipo: ‘Ay,
eres una rara, eso solo te sucede a ti’”, dijo Gagliano. Explicó que
aprender de las plantas es una práctica ceremonial bastante documentada
(aunque por lo general no es respaldada por científicos).
“Forma parte del repertorio de experiencias humanas”, dijo. “Hemos estado haciendo esto desde siempre y lo seguimos haciendo”.
Gagliano sabe que estas afirmaciones,
basadas en experiencias subjetivas y no en evidencia científica, pueden
interpretarse fácilmente como un delirio. También sabe que eso podría
afectar su carrera profesional (los científicos que estudian las plantas
son quienes más odian este tipo de cosas). En 1973, un libro sumamente
popular titulado La vida secreta de las plantas
hizo planteamientos seudocientíficos acerca de las plantas, incluyendo
que disfrutan la música clásica y pueden leer la mente humana. El libro
fue desacreditado contundentemente, pero la vorágine provocó que muchas
instituciones e investigadores se mostraran recelosos ante los atrevidos
comentarios sobre la botánica.
En
cualquier caso, el año pasado, Gagliano publicó una biografía
estimulante y dispersa acerca de las conversaciones con plantas que
inspiraron su obra revisada por pares, titulada Thus Spoke the Plant (Así habló la planta).
Ella cree, al igual que muchos científicos y ambientalistas, que
debemos entendernos como parte del mundo natural con el fin de poder
salvar al planeta.
A medida que el
colapso medioambiental se avecina, nunca hemos sabido tanto acerca de la
vida en la Tierra… lo extraordinaria e intrincada que es, y cuán
impreciso es el límite en el que “eso” termina y comenzamos “nosotros”.
Por
ejemplo, el lenguaje no parece estar limitado a los seres humanos. Los
perros de la pradera usan adjetivos (muchos adjetivos) y el ratón cantor
de Alston, una especie que se encuentra en Centroamérica, canta “educadamente”.
Los cuervos han demostrado una planeación avanzada, otro golpe a la
excepcionalidad humana, pues intercambian alimento y eligen las mejores
herramientas para usarlas más adelante.
La
lista continúa. Las hormigas cortadoras de hojas no solo inventaron la
agricultura un par de millones de años antes que nosotros, sino que
tienen sus propios vertederos de basura… y hormigas encargadas de la
basura. Incluso es válido decir que el moho del limo toma “decisiones” y
es tan bueno para decidir la ruta más eficiente entre los recursos que
los investigadores han sugerido que lo utilicemos para contribuir con el
diseño de carreteras.
No obstante,
puede que las capacidades de las plantas sean las más sorprendentes, tan
solo porque solemos verlas como mera decoración. Las plantas pueden
hacer muchas cosas que nosotros no podemos. Los árboles pueden clonarse a
sí mismos en superorganismos de ochenta mil años de antigüedad. El maíz puede llamar
a las avispas para atacar a las orugas, pero algunos investigadores
sugieren que también tenemos cosas en común. Las plantas comparten
nutrientes y reconocen a sus familiares. Se comunican entre sí. Saben contar. Pueden sentir cuando las tocas.
Sabemos
que las plantas responden a sus entornos de maneras sofisticadas y
complejas. “Mucho más complejas de lo que imaginábamos hace unos años”,
comentó Ted Farmer, un botánico de la Universidad de Lausana, en Suiza, y
uno de los primeros en defender el concepto de la comunicación entre
plantas.
Farmer se suma al grupo de
investigadores que aún se siente “muy” incómodo al describir a las
plantas, que carecen de neuronas, como “inteligentes”. Aunque ahora la
mención de su “conciencia” (otra palabra sin una definición sólida) es
lo que está enfureciendo a la comunidad científica.
Un grupo de biólogos publicó un artículo a mediados de este año con el título práctico: Plants Neither Possess nor Require Consciousness (Las plantas no tienen conciencia ni la necesitan).
Los autores emitieron una advertencia en contra del antropomorfismo y
argumentaron que quienes proponen la existencia de una conciencia en las
plantas han abordado “de manera constantemente superficial” las
capacidades únicas del cerebro. Aunque el libro de Gagliano pasó
inadvertido, sus experimentos y declaraciones en los que dota de
sentimientos y subjetividad a las plantas se encontraron entre los que
fueron criticados y ella fue categorizada, a modo de burla, como parte
de “una nueva ola de biología romántica”.
Durante años, distintas versiones de este debate han estado latentes. En 2013, Michael Pollan escribió acerca de cuando Gagliano presentó los resultados de un experimento a un público incrédulo. Quizá ese es su estudio
más famoso. La investigadora trató de descubrir si las plantas, al
igual que los animales, podían manifestar un tipo de aprendizaje básico
llamado “habituación”.
La Mimosa pudica
(que puede que la conozcas como la “planta sensitiva”) retrae sus hojas
al tacto. Así que, en el experimento, se dejaron caer unas mimosas en
maceta a unos cuantos centímetros del piso cubierto de hule espuma. Al
principio, las hojas se cerraron de inmediato, pero con el paso del
tiempo, dejaron de reaccionar.
No fue a
causa de la fatiga, escribió Gagliano, porque cuando se sacudían las
macetas, las hojas volvían a cerrarse, y cuando se repitió la prueba de
dejarlas caer un mes después, sus hojas permanecieron inmóviles.
Gagliano argumentó que las plantas habían “aprendido” que la caída no representaba una amenaza. Las plantas lo recordaron.
Investigaciones
subsecuentes han indicado que las plantas bien podrían ser capaces de
tener cierto tipo de memoria, pero la conclusión de Gagliano no fue bien recibida
en esa época. La manera en que planteó la información tampoco fue de
mucha ayuda. Ella insiste en que no usa metáforas en su trabajo y que el
término “aprendizaje” es la mejor descripción para lo que ha observado,
aunque no sepamos cómo lo hacen las plantas.
Este experimento
fue “un trabajo extraordinario”, dijo Pollan. “Los seres humanos solemos
subestimar a las plantas y ella forma parte de un pequeño grupo de
científicos que busca cambiar esa historia”.
“Mónica
es una joven brillante y ha sido una gran generadora de ideas en el
campo de la biología sensorial de las plantas”, afirmó Heidi Appel, una
científica que descubrió que la arabis produce más químicos defensivos
cuando se le expone al sonido estresante de la masticación de una oruga.
“Estamos investigando cosas que, de otro modo, no habríamos
investigado”.
No obstante, en la
biografía de Gagliano, dijo Appel, “hay una mezcla de ciencia y
experiencias espirituales que me parece que estarían mejor separadas”.
Gagliano creció
en el norte de Italia y se formó como especialista en Ecología Marina.
Pasó los primeros años de su licenciatura estudiando al Pez Damisela de
Ambon en el arrecife de la Gran Barrera de Coral.
Después
de pasar meses bajo el agua, observando al pececillo, Gagliano aseguró
que comenzó a sospechar que los peces comprendían mucho más de lo que
ella creía, incluyendo que ella los iba a diseccionar. Eso le generó una
crisis profesional.
Poco a poco, las
plantas se abrieron paso en la vida de Gagliano. Cuenta que trabajó como
voluntaria en una clínica herbolaria y empezó a consumir la ayahuasca,
una preparación alucinógena que provoca visiones y revelaciones
emocionales (y con frecuencia, náuseas). Recuerda que un día estaba
caminando por su jardín, sin haber consumido la sustancia, y escuchó en
su cabeza que una planta le sugería que las estudiara.
En 2010, viajó a Perú para trabajar con un chamán de las plantas llamado Don M.
Para comunicarse
con las plantas, Gagliano siguió “la dieta”, el método chamánico
tradicional de los indígenas de la Amazonía en el que el ser humano
establece un diálogo con una planta. Las reglas pueden variar pero, por
lo general, consiste en seguir un régimen alimenticio (sin sal, alcohol,
azúcar ni sexo; algunos productos de origen animal también podrían
estar prohibidos, dependiendo de la cultura) y beber un brebaje de
plantas (en ocasiones alucinógenas y en otras no), en aislamiento
durante días, semanas o meses. Se entona un icaro
—que es un canto medicinal— para compartir con la planta, además de
visiones y sueños, y entonces el conocimiento sanador de la planta se
vuelve parte del humano. Ella advierte que no es una actividad
divertida.
En determinado momento, Gagliano comenzó a “trabajar con” plantas, como la albahaca, en su propio huerto. “¿Alguna vez te preguntaste si te estabas volviendo loca?”, le pregunté. “Por
supuesto”, respondió y rio. “Sigo preguntándomelo”. Pero cree que
debería tener la libertad de poder hablar abiertamente acerca de estas
experiencias.
“Quizá debemos reconocer
que apenas alcanzamos a comprender quiénes somos, apenas comprendemos
dónde estamos, sabemos muy poco en comparación con lo que hay que
saber”, explicó. “Me parece que estar abierto a explorar y aprender es
una señal de sabiduría y no de locura. Quizá la sabiduría y la locura
son muy similares en un punto determinado”.
Puesto que es una mujer blanca en un viaje a través de diversos rituales
sagrados, Gagliano habla a conciencia, y a menudo, sobre los legados
del colonialismo, el capitalismo y las tendencias de la nueva era de
explotación que, en definitiva, incluyen la proliferación de los retiros para consumir ayahuasca.
Ahora un término como “chamán” puede hacernos pensar en el saqueo de un
arquetipo moderno poco popular: el devoto del bienestar que decide
combatir las enfermedades con un rastro de salvia alrededor de sus hijos
no vacunados.
No obstante, quienes apoyan a Gagliano afirman que su viaje está sustentado en el deseo de desafiar las creencias dominantes.
“He
estado trabajando con la idea de la inteligencia de las plantas durante
muchos años”, comentó Luis Eduardo Luna, un antropólogo e investigador
de la ayahuasca en Brasil, quien ha colaborado con Gagliano. En 1984,
publicó un artículo en el Journal of Ethnopharmacology donde detalló el
concepto de las plantas como maestras en la Amazonía peruana.
Luna
dice que le emocionó poder escuchar esas ideas expresadas por una
científica y no por alguien dedicado al ámbito de las humanidades.
“Es
probable que vivamos en un universo mucho más interesante, quizá
vivimos en un planeta lleno de vida inteligente”, dijo Luna. “Creo que
es muy importante que de alguna manera recuperemos esta idea de la
sacralidad de la naturaleza en una situación tan terrible como la que
vivimos ahora”. “Me interesa mucho la
noción de las plantas como maestras, lo que podemos aprender de ellas
como modelos a seguir”, afirmó la escritora Robin Wall Kimmerer, quien
también es especialista en Botánica, profesora de SUNY, y miembro de la
Nación de Ciudadanos Potawatomi. “Y eso se debe a mi trabajo con el
conocimiento indígena, ya que es una premisa fundamental de la filosofía
ambiental indígena”. Kimmerer no
considera las experiencias de Gagliano como un proceso místico, sino
como una exploración que no se ha comprendido a cabalidad.
“Algunos
de los medicamentos que las personas han fabricado solo son bioquímica
sofisticada puesta al fuego”, declaró Kimmerer. “Piensas: ‘¿Cómo
demonios lo supo la gente?’. Y la respuesta casi siempre es: ‘Las
plantas nos dijeron cómo hacerlo’. No se trata necesariamente de entrar
al bosque y que alguien te toque el hombro, sino que las culturas
indígenas tienen sistemas sofisticados que son protocolos de
investigación, en cierto sentido, para aprender de las plantas. Estos
incluyen el ayuno, prácticas ceremoniales que te ponen en un estado de
tal apertura ante las conversaciones de otros seres que puedes
escucharlos”.
“¿Alguna vez has tenido una experiencia similar?”, pregunté. “Sí”,
respondió y prefirió no ahondar más en el comentario. “Basta decir que
he tenido experiencias de concentración y atención intensas con las
plantas, de las que terminé aprendiendo algo que desconocía y es
increíble. Piensas: ‘Caray, ¿de dónde salió eso?’”.
El
problema de hablar de esas experiencias, dijo Kimmerer, es que “están
sustentadas en un contexto cultural que es tan distinto a la ciencia
occidental que son descartadas con facilidad”.
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