Hasta los años 30 del siglo pasado, cuando se introdujo el
cultivo del arroz en Arequipa, el valle de Majes era un gran productor de caña
de azúcar y aguardiente, así como de uvas y otras frutas costeras.
Como reflejo de ello, por esos tiempos caravanas de arrieros
majeños y recuas de mulas cerreras trepaban la cordillera de los Andes,
transportando aguardiente puro de caña en odres de cuero, rumbo a las provincias
de Paucartambo, Calca y Urubamba, las dos últimas en el Valle Sagrado de los
Incas.
Obviamente, esas caravanas costeñas desafiaban a las alturas
andinas durante varios días, con el propósito de comercializar o canjear la
espirituosa bebida en esas heredades cusqueñas, donde el cañazo era
particularmente apreciado por su aroma y por no causar resacar de purgatorio
entre los guaraperos moderados.
Cada comitiva iba liderada por un viejo o patrón, no
solamente ataviado con típica vestimenta de gamonal, sino también siempre
acompañado por una bella joven, aún más tentadora que el zumo de las dulces
cañas.
El hecho es que los majeños eran muy esperados y populares,
porque generalmente llegaban a los pueblos en vísperas de las fiestas
patronales y terminaban involucrándose en las mismas, hasta embriagarse tanto o
más que los anfitriones.
De la observación de esta costumbre nacería una parodia
convertida en estampa artística: la Danza de los Borrachos o Los Majeños, hoy
una de las más vistosas y populares en varios pueblos del Cusco: aunque con
mayor arraigo en las fiestas patronales de la Virgen del Carmen de Paucartambo
y la Virgen de la Asunción (Mamacha Asunta) de Calca.
El atuendo característico del patrón consta de un sombrero
alón de paja, una pañoleta que cubre las partes laterales de la cabeza, una
vistosa máscara con nariz ancha y adornada, el infaltable saco de cuero,
chalina de viaje, pantalón de montar color caqui, botas con espuelas, un chicote
de cuero trenzado y una botella en la mano, que antes era de cañazo y ahora de
cerveza.
La coreografía se completa con la muchacha ataviada como
princesa y que jamás se despega del patrón, así como unas diez parejas
masculinas con indumentarias similares a las del jefe, aunque con menos boato,
y un joven indígena (majta) que –zurriago en mano- guarda el orden, pero que
cada cierto tiempo pretende robarse a la doncella.
Los Majeños ingresan al escenario en caballos bien aperados
al compás de una banda de músicos, más conocida como los L’Kaperos, mientras
cohetes y cohetones les dan la bienvenida.
Luego, todos se apean y pasan a bailar siguiendo el ritmo
del patrón y la dama, siempre agitando las botellas de cerveza que nunca dejan,
y expulsando hacia el público la espuma, a manera de spray, a la vez de
exagerar el estado de ebriedad para hacer reír a la concurrencia.
Como la preparación, el ropaje, el desplazamiento y el sostenimiento
de Los Majeños demanda buenos billetes, ahora para financiar cada presentación hay
una mayordomía específica en cada fiesta patronal. Por lo mismo, la actuación
del grupo siempre ocupa la parte estelar del programa, más o menos durante 30
minutos.
Eso es lo que ven todos los presentes, aunque la mayoría no
sabe que esta impresionante danza folclórica fue inspirada por el intercambio
interregional de productos agrarios entre la costa arequipeña (ron de caña) y
los Andes cusqueños (maíz blanco gigante, charqui y coca) cuando aún no había
carreteras entre ambos puntos.
Estampas de mi tierra: Los Majeños. Francisco Rojas Oviedo. Página 64. Revista Agro Noticias. Año XXXVI - Edición 405. Lima, Perú - Octubre, 2014.