Pero
además, sus hojas inspiraron el diseño del Crystal Palace (el Palacio
de Cristal) de Londres, un hito por su audacia y ligereza cuyo uso
pionero de hierro y vidrio a gran escala así como su nueva concepción
del espacio interior lo convirtió en piedra fundacional de la
arquitectura moderna.
Hoy seguimos viviendo su legado.
Su
influencia -tanto técnica como conceptual- perdura en la mayoría de los
edificios contemporáneos que privilegian la ligereza, la transparencia,
la funcionalidad y la industrialización de los materiales.
La obsesión
Cuando las semillas de Victoria regia llegaron a Inglaterra, el reto de cultivarlas absorbió a algunos de los personajes más eminentes y emprendedores de la época.
No
era porque se esperara que la nueva planta fuera fuente de algún
remedio desconocido para la medicina o de alguna gran riqueza hasta
entonces inexplotada, subraya Tatiana Holway en su libro "La flor del
Imperio".
La razón era la pasión... por las flores.
Todas
las flores, desde las más comunes hasta las más raras, enloquecían a la
sociedad británica de esa era, al punto que, quienes se podían dar el
lujo, no dudaban en pagar más del equivalente de US$10.000 por un nuevo
especimen.
Agrégale,
en el caso de ese nenúfar amazónico, otros ingredientes: la aventura de
encontrarla, traerla a Inglaterra y el desafío de hacerla crecer, lo
que implicaba ambición hortícola, visión científica y fascinación por lo
exótico.
Encima, por mucho que lo intentaron, resultó dificilísimo cultivarlas.
Aunque
en el famoso jardín botánico londinense Kew Gardens los especialistas
lograron que las semillas germinaran, no pudieron mantener vivas a las
plantas durante los inviernos.
Crucialmente,
allí y en los otros jardines botánicos y colecciones privadas que
recibieron algunas de las semillas que envió Schomburgk, los
horticultores y botánicos fracasaron en su empeño por que la Victoria regia floreciera.
Eso añadió un nuevo ingrediente que alimentó la obsesión: la gloria que supondría ser el primero en despertar la floración.
Así
se desató una feroz competencia entre los aristócratas más acaudalados,
cada uno empeñado en verla abrir sus pétalos en sus dominios.
La
carrera por conseguirlo se tornó en un espectáculo cuyo público era
internacional, y su escenario, los invernaderos desplegados por toda
Inglaterra.
El más grande de todos, de hecho el edificio acristalado más grande del mundo en esa época, se llamaba el Great Stove
(literalmente 'la gran estufa'), y estaba en los jardines de Chatsworth
House, el hogar ancestral de la familia Cavendish, cuyos varones
primogénitos heredan el título de duque de Devonshire.
El duque y el jardinero
William
Cavendish, el duque de Devonshire, dedicaba su atención a las plantas
exóticas de su invernadero, asistido por un joven jardinero que pronto
se haría célebre: Joseph Paxton.
Paxton
era el hijo de un agricultor, y había sido uno de los primeros jóvenes
en pedir una plaza en los jardines de entrenamiento de la nueva Sociedad
Hortícola.
Fue una idea tremendamente atinada, porque de ahí fluyó su futuro.
El
duque lo había contratado cuando tenía 23 años, y le había concedido la
libertad de entregarse a sus pasiones en todos los aspectos de la
horticultura, incluida la nueva y muy exclusiva ciencia de la
construcción de invernaderos.
Ambos
rebosaban de entusiasmo y planes ambiciosos, y con el dinero del duque y
la imaginación del jardinero, comenzaron a experimentar con el vidrio,
creando espacios que recreaban lugares distantes y ampliando la ciencia
de la horticultura de formas novedosas.
Fue para resolver el problema de acomodar la creciente colección de plantas exóticas del duque que Paxton diseñó y construyó el Great Stove, que se extendía casi 70 metros de un extremo a otro y se alzaba más de 20 metros.
El costo fue enorme, pero el resultado, mágico, como comprobó en una visita la reina Victoria.
Quedó
encantada con un paseo en carruaje en su interior, iluminado por 5.000
velas, con aves tropicales volando entre la exótica vegetación, peces en
los estanques, cristales de roca y escaleras en espiral para poder ver
las cimas de los árboles.
Nunca se había hecho nada parecido.
Lo que ni la reina, ni ninguno de los otros visitantes veían era lo que generaba ese calorsito que sentían al entrar al lugar.
Era una hazaña silenciosa.
Con
ocho calderas ocultas, se mantenía la temperatura para simular una zona
templada en un extremo y una zona subtropical en el otro.
Había
túneles para transportar el carbón que alimentaba las calderas sin que
los encargados fueran vistos, y tenía ventiladores en los cimientos de
mampostería y en el techo para hacer circular el aire.
Las chimeneas también estaban escondídas para que el humo y vapor salíera lejos, en lo alto de una colina.
Así
que cuando empezaron los intentos de cultivar Victoria regia en
Inglaterra, entre todos los invernaderos importantes del país, incluido
el de Kew Gardens, el Great Stove no sólo era el más grande, sino también el más avanzado.
Eso,
y la fórmula de éxito: Paxton estaba dispuesto a hacer cualquier cosa
para que floreciera, y Cavendish, dispuesto a pagar para que así fuera.
Pero
el horticultor y el duque sólo recibieron semillas de esa planta
amazónica por primera vez en 1849, más de una década después de que
Schomburgk se topara con ella en Guyana y enviara un lote pequeño a
Londres.
Capullos
En
sus años de experiencia, Paxton había comprendido que si quería hacer
que una planta floreciera, tenía que entender de dónde venía.
Sabía que para la Victoria regia
necesitaba crear un entorno donde el agua se mantuviera en movimiento,
así que instaló unas pequeñas ruedas en el estanque en el que las iba a
cultivar.
Para mantener la temperatura adecuada, colocó tuberías bajo la tierra en el fondo.
Y se aseguró de que el agua tuviera lo necesario para alimentar las plantas.
Pronto
sus plántulas empezaron a crecer, con la rapidez impresionante que las
caracteriza: en su habitat natural, sus hojas pueden alcanzar un
diámetro de unos tres metros a una velocidad increíble, de hasta 2,5
centímetros por hora.
En los invernaderos no alcanzaban semejantes proporciones, pero aun así desplegaban expansiones sorprendentes en poco tiempo.
Cuando el verano terminó, y las noches se hicieron más largas, Paxton supuso que sus Victoria regia morirían, como había sucedido hasta entonces.
No obstante, canceló un viaje que tenía previsto y le pidió al duque que le permitiera quedarse con ellas.
Y
a principios de noviembre, le escribió para contarle que había salido
un botón, que se había abierto, y que luego un tinte rosado se había
extendido desde el centro hasta los bordes del pétalo.
Paxton había ganado la competencia, y su premio era el prestigio.
Ufano, le escribió al director de Kew Gardens, Sir William Jackson Hooker.
"La
Victoria regia está ahora en plena floración en Chatsworth y continuará
así, creo yo, durante una quincena o más, pues hay una sucesión
constante de capullos asomando.
"Lo
más probable es que sus plantas ya estén mostrando algo para este
momento. Y si no, contemplar esta planta merece un viaje de mil millas.
"Tenemos hojas de casi cinco pies de diámetro (≈ 1,5 metros), y en este momento la planta tiene trece hojas".
Un mundo acristalado
Con
el tiempo se descubriría cuán extraordinarias eran estas flores que
tanto esfuerzo había costado cultivar en Inglaterra y luego en Europa.
En 24 horas, cambian de género.
La primera vez que se abren, cuando se oculta el Sol, las flores son blancas, femeninas y receptivas al polen de otras plantas.
Atraen
a una especie de escarabajos con un aroma dulce y envolvente, y lo
animan a quedarse en su interior con un nectar delicioso y una
temperatura más cálida que la ambiental, para que dejen el polen que
traían.
Pero ser polinizada es solo la mitad de la batalla.
El nenúfar ahora debe asegurarse de que su propio polen sea transportado a otra flor.
Así que se cierran cuando sale el Sol, con los escarabajos adentro, y se transforman en flores masculinas, con polen.
Cuando
las flores se abren la segunda noche, ya no son blancas sino rosadas,
sin aroma ni calidez en su interior, todo para obligar a su inquilino
nocturno a irse en busca de otra flor blanca a la cual polinizar.
Si bien las flores y otras características de la Victoria regia
son fascinantes, fueron sus hojas, vastas y perfectamente
estructuradas, las que llevaron a Paxton a intuir un principio capaz de
transformar no solo los invernaderos, sino la arquitectura misma.
Deslumbrado
por el entramado íntimo de aquellas hojas, no se conformó con
admirarlas: las estudió con la precisión de un ingeniero.
Le
maravillaba su extraordinaria capacidad de carga, sostenida por una red
de venas acanaladas que formaban vigas y arcos naturales.
En
1849, tras lograr la primera floración en Chatsworth, colocó a su hija
Annie, de 7 años, sobre una de las hojas gigantes para demostrar su
solidez; la imagen apareció poco después en el Illustrated London News,
una suerte de declaración pública de lo que aquella planta le había
revelado y de lo que imaginaba construir.
"La naturaleza fue la ingeniera", declararía en 1850 ante la Royal Society of Arts, mientras mostraba una hoja de Victoria regia como ejemplo de un principio estructural perfecto.
"La naturaleza ha dotado a la hoja de vigas y soportes longitudinales y
transversales que yo, inspirándome en ella, he adoptado en este
edificio".
Se
refería al Crystal Palace, una estructura que parecía desafiar las
nociones mismas del espacio y la materia: vasta, transparente, casi
ingrávida.
Paxton había pasado de ser un innovador en la jardinería al creador de un proyecto arquitectónico único.
Su
sistema de crestas y surcos, inspirado directamente en la geometría de
la hoja, era capaz de sostener grandes superficies de vidrio con una
ligereza inaudita y a su vez resistente, formada por piezas
estandarizadas de hierro y vidrio que podían fabricarse en serie y
ensamblarse como un gigantesco mecanismo.
El resultado fue algo sin precedentes: un colosal universo acristalado, casi irreal.
Es
difícil imaginar la sensación de asombro que debieron experimentar los
visitantes de ese entonces al contemplar aquel prodigio de vidrio y
hierro que alojaba la Gran Exposición de 1851.
Su
transparencia desorientaba la mirada; apenas proyectaba sombra, y su
vastedad parecía desafiar las nociones mismas de espacio y materia.
La
prefabricación, el diseño modular, el uso de la luz como material
arquitectónico, inauguró una nueva manera de concebir los edificios, y
vivimos en su legado.
El Crystal Palace brotó de la Victoria regia,
"tan naturalmente como los robles crecen de las bellotas", escribió
Charles Dickens, y las hojas que lo inspiraron han alimentado la
imaginación de artistas y arquitectos durante más de un siglo y medio.
Los científicos continúan estudiándolas, desentrañando sus secretos en busca de nuevas lecciones de ingenio.
Ligeras
pero extraordinariamente fuertes y eficientes en el uso de la luz, sus
estructuras sugieren caminos para la ingeniería, las construcciones
flotantes y las tecnologías energéticas.
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