“El
ídolo estaba en una buena casa bien pintada, en una habitación muy
oscura, maloliente y muy cerrada; tienen un ídolo hecho de madera muy
sucia que dicen que es su Dios que los cría y los sostiene y aumenta su
riqueza. Se encontró que el diablo está dentro del ídolo, y habla con
aquellos que son sus aliados. Ellos lo consideran como Dios y hacen
muchos sacrificios para él”, escribió en 1534 el cronista español
Francisco de Jerez. Por su parte, su compatriota Miguel de Estete,
anota: “Habita en una cueva muy pequeña, áspera, sin ningún trabajo; y
en medio de ella había un árbol, clavado en el suelo, con una figura de
hombre hecha en su cabeza, mal tallada y mal formado”.
Recuérdese
que ambos cronistas integraron la expedición encabezada por Hernando
Pizarro que el 5 de enero de 1533 partió de Cajamarca rumbo a Pachacámac
para recoger parte del rescate del Inca Atahualpa. Después de cuatro
meses de viaje, penetraron el tabernáculo del ídolo, lo sacaron y lo
destruyeron, según da cuenta el estudio "Desentrañando la policromía y
la antigüedad del ídolo de Pachacamac" publicado recientemente en la
revista científica PLoS ONE. Decepcionados por no haber podido
recolectar todo el oro que pensaban, retornaron a Cajamarca el 14 de
abril del mismo año. Muerto el Inca, a Estete le tocó 367 marcos de
plata y 8.980 pesos de oro. De modo que el titular del 16 de enero
último del diario “La Vanguardia” de Barcelona —‘Nuevos hallazgos
confirman que el ídolo de Pachacamac no fue destruido por los
españoles’— resultaría completamente falso.
-Memoria de la destrucción-
Pachacamac
fue el primer centro ceremonial activo saqueado, desarticulado y
cristianizado por los españoles en Sudamérica. Incluso antes de la
extirpación de idolatrías, institucionalizada en el siglo XVII, los
relatos de la conquista refieren actos violentos contra wak'as, ídolos y
objetos adorados en madera, piedra o metal. Contra pinturas en paredes,
superficies rocosas y lugares sagrados. Fue en este contexto que
Hernando Pizarro ordenó a sus seguidores que “abrieran la bóveda donde
estaba el ídolo y lo rompan frente a todos” al asociarlo con la imagen
del demonio, según precisa el estudio antes mencionado.
“Probablemente
habían muchos más ídolos dentro del santuario. En las excavaciones que
hace dos años hicimos en la Sala Central encontramos bases de madera
cortadas. Lo más probable es que existieron muchos ídolos y solo se
salvó el que se encontró en 1938”, declara Denisse Pozzi-Escot,
directora del Museo de Sitio. Es más, la influencia de Pachacamac
determinó que en un gran radio territorial existieran oratorios
consagrados a su culto. María Rostworowski rescata la existencia de los
llamados ‘hijos’ y ‘mujeres’ del ídolo: la Huaca de Mama en Chosica, la
diosa Urpay Huachac en Chincha —madre de los peces— y una serie de
templos y tierras en Mala, Guarco, Chincha y Andahuaylas.
Así
las cosas, lo único que hasta ahora no se había comprobado era la
antigüedad exacta del único ídolo que quedó en pie, su policromía y el
tipo de madera con el que fue elaborado. Cosa que gracias a un convenio
entre el Museo de Sitio y un equipo de científicos franceses se despejó
in situ: el análisis original no destructivo utilizando dos tipos de
espectrometría de fluorescencia de rayos X y el mapeo XRF determinaron
que efectivamente fue elaborado durante el horizonte medio (500-1000 d.
C.) El ídolo contiene material de pigmento e iconografía asociada con la
tradición Wari.
-Esplendor y color-
Como
se sabe, en 1938 Albert Giesecke excavó el atrio central de Pachacamac,
ubicado en la parte superior del Templo Pintado, descubriendo un poste
de madera tallado grande y cilíndrico de 2.34 metros de alto con un
diámetro aproximado de 13 cm. En sus tres secciones presentaba motivos
figurativos tallados sobre dos figuras humanas que se creía
monocromáticas. Pero se descubrieron sus colores: uno tiene un tocado de
plumas con vestigios de rojo y amarillo, adornos rojos en la cara y el
cuerpo. El otro lleva un tocado de serpiente con rastros de rojo y
blanco en la cara. El segmento medio tiene múltiples figuras humanas
ricamente vestidas, animales con cabezas humanas, felinos con pieles
moteadas, serpientes de dos cabezas y motivos geométricos con rastros de
rojo y amarillo.
Por
su parte, sometida a una identificación taxonómica en la anatomía del
tejido celular —cortes transversal, tangencial longitudinal y radial
longitudinal— se demostró que la madera del ídolo definitivamente no es
lúcumo —como se creía hasta ahora gracias a las leyendas sobre Cavillaca
y Cuniraya— sino un algarrobo juvenil. Lo único que no se pudo
determinar es si se esculpió en el sitio o se importó, por ejemplo de la
región de Wari, cuya presencia en tumbas y ofrendas pudo deberse a un
intercambio social y económico entre ambas culturas o ser un signo de
dominación y establecimiento de los ayacuchanos en el santuario.
Pero
el descubrimiento más valioso del estudio es la policromía de un objeto
que se creía con rastros de sangre. El pigmento rojo está claramente
compuesto de cinabrio, un sulfuro de mercurio rojo proveniente tal vez
de Huancavelica. El color amarillo contiene principalmente hierro y es
probable que sea un tinte de tierra u óxido de hierro, como goethita o
jarosita. En el color blanco se observó potasio y azufre. Y como el
calcio y el cloro están presentes en todas las mediciones, se supone que
el yeso es el pigmento principal, pues la proliferación de potasio se
debería a su contacto con el aire y otros materiales como el adobe.
El
uso de color agrega un significado específico al objeto sagrado,
dotándolo de dimensiones simbólicas ahora inimaginables: afecta la
percepción y transforma la experiencia sensorial del espectador
contribuyendo a crear una conexión específica con la devoción. Así, la
policromía del ídolo de Pachacamac termina consolidando la dimensión
divina de su peregrinación. Además, claro, del descubrimiento de una
brillante paleta artística sobre un dios que corporeizó 700 años de
esplendor panandino.