Por: Rachel E. Gross
TOORBUL, Australia — La primera señal es
el olor: ahumado, como una fogata, con un toque de orina; la segunda es
la parte trasera del koala: si está húmeda e inflamada, con rayas color
café, sabes que el animal está en problemas. Jo, enroscada e
inconsciente en la mesa de examinación, tenía ambas cosas.
Jo
es una koala silvestre que se encuentra bajo la vigilancia de Endeavour
Veterinary Ecology, una consultora de vida silvestre que se especializa
en ayudar a poblaciones de koalas enfermos a recuperarse. Los
veterinarios notaron en sus dos últimas visitas de campo que tenía un
“trasero sospechoso”, como lo describió la veterinaria Pip McKay. Así
que la llevaron a ella y a su hijo Joey, de un año, para una revisión
completa de salud en la clínica veterinaria principal, que se encuentra
en un remoto claro del bosque en Toorbul, al norte de Brisbane. McKay ya tenía una idea de cuál podría ser el problema. “A primera vista, probablemente tenga clamidia”, dijo.
Los
humanos no tienen el monopolio de las infecciones de transmisión
sexual. Las ostras contraen herpes; los conejos, sífilis, y los delfines
desarrollan verrugas genitales. Pero la clamidia (una bacteria
unicelular muy simple que actúa como un virus) ha sido particularmente
exitosa, ya que infecta a todo tipo de animales, desde ranas hasta peces
y periquitos. Se podría decir que la clamidia nos une a todos.
Esta susceptibilidad compartida ha
llevado a algunos científicos a argumentar que el estudio, y la
salvación, de los koalas puede ser la clave para desarrollar una cura
perdurable para los humanos. “Están ahí fuera, tienen clamidia y podemos
darles una vacuna; podemos observar lo que hace la vacuna en
condiciones reales”, explicó Peter Timms,
un microbiólogo de la Universidad de Sunshine Coast en Queensland,
quien ha pasado la última década dedicado a desarrollar una vacuna
contra la clamidia para los koalas y ahora lleva a cabo ensayos en
koalas silvestres, con la esperanza de que su fórmula pronto esté lista
para una mayor difusión. “Podemos hacer algo con los koalas que nunca se
podría hacer con los humanos”, afirmó Timms.
En
los koalas, los estragos de la clamidia son extremos, puesto que
provocan una inflamación grave, quistes masivos y cicatrices en el
tracto reproductivo. En los peores casos, los animales aúllan de dolor
al orinar y desarrollan el olor delatador. Pero la bacteria responsable
sigue siendo notablemente similar a la humana, gracias al diminuto y
altamente conservado genoma de la clamidia: solo tiene 900 genes activos, mucho menos que la mayoría de las bacterias infecciosas.
Debido a estas similitudes, los ensayos
de vacunas que Endeavour y Timms realizan pueden ofrecer pistas valiosas
para los investigadores de todo el mundo que trabajan en una vacuna
para humanos.
Un acertijo envuelto en un misterio
¿Qué
tan grave es la clamidia en los humanos? Consideren que más o menos uno
de cada diez adolescentes sexualmente activos en Estados Unidos ya está
infectado, afirmó Toni Darville,
jefa de la división de enfermedades infecciosas pediátricas de la
Universidad de Carolina del Norte. La clamidia es la infección de
transmisión sexual más común en todo el mundo, en vista de que se
reportan 131 millones de casos nuevos cada año.
Darville
explica que, aun cuando tenemos antibióticos, eso no es suficiente para
resolver el problema, ya que la clamidia es un “organismo invisible”
que produce pocos síntomas y a menudo pasa inadvertido durante años.
“Podemos
examinarlos a todos y tratarlos, pero si no tratamos a todas sus parejas
y a todos sus compañeros en las otras preparatorias, basta una gran
fiesta de vacaciones de primavera para que, antes de darnos cuenta,
todos se infecten de nuevo”, dijo Darville. “Así que tienen esta
infección crónica latente a largo plazo y ni siquiera lo saben. Luego,
cuando tienen 28 años y dicen: ‘Ah, creo que estoy listo o lista para
tener un bebé’, todo es un desastre”, agregó.
En 2019, Darville y sus colegas recibieron
una subvención plurianual de 10,7 millones de dólares del Instituto
Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas para desarrollar una
vacuna. El paquete ideal incluiría una vacuna contra la clamidia y la
gonorrea junto con la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH),
que ya se administra a la mayoría de los preadolescentes. “Si pudiéramos
combinar esas tres, básicamente tendríamos una vacuna contra el cáncer
de la fertilidad”, dijo la investigadora.
La naturaleza invisible y ubicua de la clamidia (el nombre significa
“manto en forma de capa”) se debe a su ciclo de vida de dos etapas.
Comienza como un cuerpo elemental, una estructura parecida a una espora
que se cuela en las células y se esconde del sistema inmunitario del
cuerpo. Una vez dentro, se envuelve en una membrana, secuestra la
maquinaria de la célula huésped y comienza a producir copias de sí
misma. Estas copias salen de la célula o se liberan en el torrente
sanguíneo para continuar su viaje.
“La clamidia es bastante única en ese sentido”, dijo Ken Beagley,
profesor de inmunología de la Universidad Tecnológica de Queensland y
antiguo colega de Timms. “Ha evolucionado para sobrevivir increíblemente
bien en un nicho particular, no mata a su huésped y el daño que causa
ocurre durante bastante tiempo”, agregó el profesor.
La
bacteria puede permanecer en el tracto genital durante meses o años, lo
que causa estragos en la reproducción. La cicatrización y la
inflamación crónica pueden causar infertilidad, un embarazo ectópico o
la enfermedad inflamatoria pélvica. Cada vez hay más pruebas de que la
clamidia también perjudica la fertilidad masculina: Beagley ha descubierto que la bacteria daña el esperma y podría provocar anomalías en el nacimiento.
Todo
esto, excepto las fiestas de vacaciones de primavera, es cierto tanto
en humanos como en koalas. Los investigadores que trabajan con ambas
especies señalan que la clamidia del koala luce sorprendentemente
similar a la versión humana. La principal diferencia es la gravedad: en
los koalas, la bacteria asciende rápidamente por el tracto urogenital y
puede saltar de los órganos reproductivos a la vejiga gracias a su
proximidad anatómica.
Estos paralelos
han llevado a Timms a argumentar que los koalas podrían servir como un
“eslabón perdido” en la búsqueda de la vacuna humana. “El koala es más
que simplemente un extravagante animal modelo”, dijo. “De hecho, es muy
útil para los estudios en humanos”.
Una antigua maldición
Nadie
sabe cómo ni cuándo los koalas contrajeron clamidia por primera vez,
pero la maldición tiene siglos de antigüedad, por decir lo menos. En
1798, los exploradores europeos llegaron a las montañas de Nueva Gales
del Sur y observaron a una criatura que desafiaba la descripción: orejas
peludas y nariz de cuchara, miraba estoicamente desde los recodos de
los enormes eucaliptos. La compararon con el wómbat, el perezoso
y el mono. Se decidieron por “oso nativo” y le dieron el nombre de
género de Phascolarctos (del griego para “bolsa de cuero” y “oso”), y
generaron la idea errónea de que el oso koala es, de hecho, un oso. “La gravedad del rostro”, escribió The Sydney Gazette en 1803, “parece indicar una parte más que ordinaria de sagacidad animal”.
A
finales del siglo XIX, el naturalista australiano Ellis Troughton
observó que el “pintoresco y adorable koala” también era particularmente
susceptible a las enfermedades. Los animales sufrían de una afección
ocular similar a la conjuntivitis,
a la que culpó de las oleadas de muertes de koalas en la última década
del siglo XIX y la primera del siglo XX. Al mismo tiempo, el anatomista
J. P. Hill descubrió que las koalas de Queensland y Nueva Gales del Sur
solían tener una gran cantidad de quistes
en los ovarios y el útero. Muchos científicos modernos ahora creen que
es probable que esas koalas padecieran del mismo flagelo: la clamidia.
En
la actualidad, los koalas tienen aún más de qué preocuparse. Los
perros, los conductores descuidados y, recientemente, los incendios
forestales desenfrenados han reducido su población a tal grado que los
grupos conservacionistas están pidiendo
que los koalas sean incluidos en la lista de especies en peligro de
extinción. Pero la clamidia aún está a la cabeza de todos sus problemas:
en partes de Queensland, el corazón de la epidemia, la enfermedad fue
responsable de una disminución del 80 por ciento en la población de koalas a lo largo de dos décadas.
Esta enfermedad también es la que con mayor frecuencia
envía a los koalas al Hospital de Vida Silvestre del Zoológico de
Australia, el hospital de animales silvestres más activo del país, 48
kilómetros al norte de Endeavour. “Las cifras son: la clamidia, un 40
por ciento; los automóviles, un 30 por ciento, y los perros, un 10 por
ciento. Y el resto es una combinación interesante de problemas en los
que te puedes meter cuando tienes un cerebro pequeño y tu hábitat se ha
fragmentado”, dijo Rosemary Booth, directora del hospital.
El equipo de
Booth trata a los koalas con clamidia con un régimen ampliado de los
mismos antibióticos que se dan a los humanos. “Obtengo toda mi
información sobre la clamidia de los CDC”, dijo, refiriéndose a los
Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades en Estados
Unidos, “porque Estados Unidos es un gran centro de estudio de la
clamidia”.
in embargo, la cura puede
ser tan mortal como la enfermedad. En lo profundo de los intestinos de
un koala, hay un ejército de bacterias que ayuda al animal a subsistir a
base de eucalipto, una planta tóxica para todos los demás animales.
“Este es el ejemplo máximo de un animal que depende por completo de una
población de bacterias”, manifestó Booth. Los antibióticos acaban con esa flora intestinal crucial, por lo que impiden que el koala pueda obtener nutrientes de su comida.
En un ensayo
de 2019 dirigido por Timms y Booth, fue necesario sacrificar a uno de
los cinco koalas tratados con antibióticos “debido a complicaciones
gastrointestinales que derivaron en desgaste muscular y deshidratación”.
El problema es tan grave que los veterinarios administran a los koalas
tratados con antibióticos “malteadas de popó” (en esencia, trasplantes
fecales) con la esperanza de restaurar su microbiota.
Durante
la última década, Timms ha trabajado para perfeccionar una vacuna. En
lugar de tratar a los animales una vez que ya están enfermos, una vacuna
generalizada protegería a los koalas de cualquier encuentro sexual
futuro y de la transmisión de la infección de la madre al recién nacido.
Su fórmula, desarrollada con la colaboración de Beagley, parece
funcionar bien: los ensayos han demostrado que su uso es seguro,
que surte efecto en 60 días y que los animales desarrollan respuestas
inmunitarias que perduran toda su vida reproductiva. El siguiente paso
es optimizarla para su uso en el campo.
En
Endeavour, los veterinarios que trataban a Jo se llevaron una sorpresa:
las pruebas moleculares demostraron que estaba libre de clamidia. Eso
significaba que podían reclutarla para el ensayo en curso, en el que se
prueba una vacuna combinada contra la clamidia y el retrovirus del koala
conocido como KoRV,
un virus de la misma familia que el VIH que, de manera similar, acaba
con el sistema inmunitario del koala y hace que la clamidia sea más
mortífera.
Timms espera que este
ensayo y otro en Nueva Gales del Sur sean el “factor determinante”, el
último paso para que el gobierno introduzca vacunaciones masivas en el
norte de Australia. Si Timms tiene razón, podría ser una buena noticia
no solo para los koalas.
De ratones y marsupiales
Timms
comenzó su carrera dedicado a estudiar la clamidia en el ganado antes
de continuar con el uso de ratones como modelo para una vacuna humana.
Durante mucho tiempo, los ratones, que son baratos, abundantes y
susceptibles a la manipulación genética, han sido el estándar de oro
para el estudio de las enfermedades reproductivas.
Pero
el modelo del ratón conlleva graves inconvenientes. Lo más evidente es
que los ratones exhiben una respuesta inmune a la clamidia profundamente
diferente a la nuestra, lo que hace que la idea de probar una vacuna
humana en ratones sea “completamente errónea”, dijo Timms.
Después
de una década de trabajo con ratones, razonó que podía tomar el
conocimiento que había obtenido y aplicarlo a un animal que realmente
estaba sufriendo y que era posible curar: el koala. “No necesitamos una
vacuna para los ratones”, dijo. Con “el trabajo con los koalas, por duro
que sea y por difícil que sea, los resultados que obtienes son los que
importan”.
Cuanto más trabajaba Timms
con koalas, más se daba cuenta de que estos marsupiales no eran tan
diferentes de los humanos; se trata de una especie que, como nosotros,
contrae naturalmente varias cepas de clamidia y sufre consecuencias
reproductivas similares, como la infertilidad. Se dio cuenta de que tal
vez tenía un animal modelo útil entre manos.
“Es mejor hacer
un mal experimento con koalas que un buen experimento con ratones”, dijo
Timms. “Porque los koalas en verdad contraen clamidia y realmente
contraen enfermedades del tracto reproductivo, así que todo lo que hagas
es relevante”.
Fuera de Australia,
muchos investigadores dicen que la idea de un modelo koala es
inteligente pero difícil de implementar. Darville señaló que sería caro y
logísticamente imposible probar 30 vacunas diferentes en koalas (según
Endeavour, cuesta alrededor de 2000 dólares sacar a un koala de su árbol
y hacerle un examen de salud).
A pesar de ello,
Timms cree que vale la pena intentarlo: “La razón por la que
argumentamos que deberíamos poner a los koalas entre los ratones y los
humanos (en lugar de conejillos de indias, cerdos miniatura y monos) es
que, hasta cierto punto, con los koalas se evitan todas las debilidades
que tienen los demás”.
Paola Massari,
inmunóloga de la Escuela de Medicina de Tufts, colabora con Timms para
probar una potencial vacuna diferente en los koalas. “El koala
representa un modelo clínico perfecto, porque es un animal para el que
puedes experimentar un poco más de lo que puedes hacer en humanos”,
dijo. “Y al mismo tiempo, si obtienes resultados, curas una enfermedad
(en los koalas)”.
Una alianza improbable
Una
calurosa tarde de febrero, Booth salió a la fuerte luz del sol en los
terrenos del Zoológico de Australia. Se dirigía a las salas de clamidia,
que en 2018 fueron bautizadas oficialmente de Sala de Clamidia de Koala
John Oliver después de que se donó una subvención en nombre del
comediante. Unos 20 koalas enfermos eran tratados con antibióticos aquel
día, y decenas más estaban camino a la recuperación.
Booth
se acercó a un recinto frondoso, donde una esponjosa hembra gris la
miró con curiosidad desde su percha. Esta koala fue traída originalmente
por clamidia, pero desde entonces se había recuperado; su razón para
estar aquí, en su jaula, fue una “desventura”.
“Esta es la
pequeña Lorna, que es bastante interesante”, dijo Booth. “Tiene un bebé
en su bolsa y ha tenido problemas con su metabolismo de la glucosa”.
Tenía diabetes. ¿No era inusual tener
un animal que contrae enfermedades tan humanas: diabetes, cáncer e
infecciones de transmisión sexual? “No somos más que un animal”, dijo
Booth, mientras levantaba las manos en un gesto de unidad con el mundo.
“No pensamos en eso primero”.
Todavía no se
sabe en qué medida ayudará a desarrollar una vacuna humana la
investigación sobre la clamidia del koala (Darville había trabajado
nueve meses cuando llegó la COVID-19 y se vio obligada a cerrar su
laboratorio, lo que ha retrasado los avances científicos). Lo que es
seguro es que la investigación realizada sobre la clamidia humana ha
beneficiado enormemente a los koalas. Desde los antibióticos humanos
hasta lo que se ha descubierto gracias a los ratones, los veterinarios
de los animales silvestres tienen ahora muchas más herramientas que
antes para salvar a los marsupiales vulnerables.
Para
Booth, ayudar a los koalas es más que suficiente. “No quiero salvar a
los humanos. Mi enfoque es completamente opuesto: quiero usar la
investigación humana para ayudar a salvar a otros animales, porque no
tienen voz a menos que hablemos por ellos”, dijo la investigadora.
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