Fuente: https://www.nytimes.com
Por: Jane E. Brody Jane Brody es la autora de la columna de salud Personal Health, un
puesto que ha ocupado desde 1976. Ha escrito más de una decena de libros
incluyendo los éxitos de ventas Jane Brody’s Nutrition Book y Jane Brody’s Good Food Book.
El cáncer de páncreas es un asesino desagradable y obstinado que ha
desafiado los mejores esfuerzos de la medicina para diagnosticarlo en
sus inicios y encontrar tratamientos que lo curen. En noviembre, se
llevó a mi amigo Peter Zimroth, un abogado de 78 años de la ciudad de Nueva York
dedicado al servicio público, quien hasta hace poco supervisaba la
disminución de la estrategia de detención y cacheo del Departamento de
Policía.
Zimroth había estado en mi lista de “la
gente que más admiro” incluso antes de que se casara con la adorada
actriz Estelle Parsons, quien era 16 años mayor que él. Incluso durante
su infructuosa lucha de un año contra el cáncer —en medio de la
pandemia—, Zimroth siguió dedicado al bien público y diseñó una camiseta
y una gorra de colores brillantes con una demanda urgente: “¡Destruye
el virus! Vacúnate”. También recaudó más de 73.000 dólares para apoyar
la investigación en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center, donde los
médicos hicieron todo lo posible para que tuviera más tiempo de vida.
Zimroth
estaba en forma, se mantenía activo y, en general, gozaba de buena
salud antes de que aparecieran los síntomas: en su caso, dolores de
estómago y estreñimiento. Para ese entonces, el cáncer se había
extendido y era demasiado tarde para recurrir a la cirugía. Su muerte se
suma a la de otras personas conocidas que no han logrado superar a la
enfermedad: la jueza de la Corte Suprema Ruth Bader Ginsburg, el
congresista estadounidense John Lewis, el presentador de Jeopardy! Alex Trebek y Steve Jobs, el cofundador de Apple.
Aunque se podría
decir que el cáncer de páncreas es poco común, es tan mortal que va en
camino a convertirse en la segunda causa de muerte relacionada con el
cáncer en Estados Unidos para 2040. En la actualidad, representa alrededor del 3 por ciento de todos los tipos de cáncer
y el 7 por ciento de los fallecimientos por esta enfermedad. En
general, solo 1 de cada 10 personas diagnosticadas con cáncer de
páncreas sobrevive cinco años. La cura casi siempre es un accidente
afortunado, cuando el cáncer se detecta en una fase temprana y sin
síntomas durante una exploración abdominal o una intervención quirúrgica
no relacionada que permite extirpar el tumor en el quirófano.
Brian
Wolpin, director del centro de cáncer gastrointestinal del Dana-Farber
Cancer Institute en Boston, me dijo que este cáncer es muy difícil de
detectar en su fase inicial porque “tiene una baja incidencia en la
población y los síntomas que provoca, como la pérdida de peso, la fatiga
y las molestias abdominales no son específicos y pueden deberse a otras
afecciones”. En consecuencia, señaló, “cuando el 80 por ciento de los
pacientes llegan a consultarme, sé que es muy poco probable que podamos
curar su cáncer”.
Los factores de riesgo del cáncer de páncreas
Sin
embargo, existen varios factores de riesgo importantes para desarrollar
este tipo de cáncer. El tabaquismo duplica el riesgo y es responsable
de una cuarta parte de los casos. La obesidad, el sobrepeso en la edad
adulta y el sobrepeso en la cintura, aunque no sea mucho, también
aumentan el riesgo.
Por eso, la
diabetes tipo 2, que suele estar relacionada con el sobrepeso, también
es un factor de riesgo importante. Otras condiciones son la pancreatitis
crónica, una inflamación persistente del páncreas que suele estar
relacionada con el consumo excesivo de alcohol y el tabaquismo, así como
la exposición en el lugar de trabajo a determinadas sustancias
químicas, como las que se utilizan en las industrias de limpieza en seco
y metalurgia.
La edad avanzada
también es un factor de riesgo: alrededor de dos terceras partes de los
casos se presentan en personas de 65 años o más. Y los antecedentes
familiares también pueden influir: es el caso de las alteraciones
genéticas heredadas, como las mutaciones en los genes BRCA1 o BRCA2, que
se asocian con mayor frecuencia a los cánceres de mama y ovario.
La diabetes como una de las primeras señales de alerta
Desde
hace tiempo se sabe que la mejor oportunidad de sobrevivir a la mayoría
de los cánceres es la detección temprana, cuando la neoplasia solo está
confinada al órgano o tejido en el que se origina (la leucemia presenta
otros problemas). El páncreas es un órgano bastante pequeño, con forma
de zanahoria, de unos 15 centímetros de largo y menos de 5 centímetros
de ancho, que se encuentra bien escondido entre las costillas y el
estómago.
Un cáncer inicial en el
páncreas no produce una lesión que pueda palparse y rara vez provoca
síntomas que puedan dar lugar a un estudio médico definitivo hasta que
escapa los confines del páncreas y se extiende a otros lugares.
Sin
embargo, los científicos están estudiando una posible señal de alerta
temprana: la relación entre el cáncer de páncreas y la diabetes de tipo 2
recién desarrollada. La diabetes también surge en el páncreas, donde
hay células especializadas que producen la insulina, la que a su vez
regula los niveles de glucosa en la sangre. Y aunque todavía no se sabe
qué llega primero, si la diabetes o el cáncer, algunas investigaciones
sugieren que la aparición de diabetes tipo 2 puede anunciar la
existencia de un cáncer oculto en este órgano.
Un primer estudio realizado en 2005
a 2122 residentes de Rochester, Minnesota, por Suresh Chari, actual
gastroenterólogo del Centro Oncológico MD Anderson de la Universidad de
Texas, descubrió que tres años después de un diagnóstico de diabetes,
era seis a ocho veces más probable que una persona desarrollara cáncer
de páncreas. Él, junto con sus colegas de la Clínica Mayo, también
identificó un gen llamado UCP-1 que puede predecir el desarrollo de este cáncer en diabéticos.
Maxim Petrov, profesor de Pancreatología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Auckland, dirigió en septiembre de 2020 un estudio en Nueva Zelanda
donde participaron casi 140.000 personas con diabetes de tipo 2 o
pancreatitis, o ambas, a las que se hizo un seguimiento de hasta 18
años. Los resultados revelaron que quienes desarrollaron diabetes tras un ataque de pancreatitis tenían siete veces más probabilidades de padecer cáncer de páncreas que otras personas con diabetes tipo 2.
En 2018, el Instituto Nacional del Cáncer lanzó un estudio que está en proceso de inscribir a 10.000 personas de 50 a 85 años
con diabetes recién diagnosticada o niveles elevados de azúcar en la
sangre. Los participantes donarán muestras de sangre y tejidos, y los
investigadores los seguirán con la esperanza de identificar pistas para
la detección temprana entre aquellos que desarrollan cáncer de páncreas.
Otra iniciativa que comenzó el verano pasado por la Red de Acción contra el Cáncer de Páncreas, denominada Iniciativa de Detección Temprana del Cáncer de Páncreas,
incluirá a más de 12.000 participantes con niveles elevados de glucosa
en sangre y diabetes reciente. La mitad se someterá a análisis de sangre
periódicos y a estudios de imagen abdominal en función de su edad, peso
corporal y niveles de glucosa en sangre para buscar indicios de cáncer
de páncreas incipiente, mientras que los demás servirán como grupo de
control.
El objetivo de esos estudios es
identificar marcadores biológicos, como ciertos genes o proteínas
excretados por el tumor, que podrían usarse en pruebas de detección para
indicar la presencia de cáncer cuando aún podría beneficiarse
potencialmente de la cirugía. Por desgracia, es probable que los
resultados no se conozcan antes de 2030.
Mientras
tanto, Wolpin dijo que los médicos deberían considerar “una lista de
verificación” de señales de advertencia que podrían alertarlos sobre la
presencia de un cáncer curable en etapa temprana. Entre las cosas a
considerar, dijo, están si el nivel de glucosa de un paciente está
aumentando rápidamente y es difícil de controlar con medicamentos para
la diabetes; si los pacientes con diabetes están perdiendo peso sin
explicación como un cambio en la dieta o el ejercicio; o si los
pacientes han estado bien durante años y, de repente, a los 70 años,
tienen diabetes y no queda claro por qué.
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