Una alga
verdeazulada florece en el río St. Lucie de Florida.
Fue creada por el
tipo de cianobacterias que prosperaron en
el cráter creado por asteroide
que extinguió a los dinosaurios.
Fuente: https://www.nytimes.com
Por
Hace 66 millones
de años, cuando estrelló contra la Tierra, el asteroide se desplazó 24
veces más rápido que una bala de rifle. Su onda expansiva supersónica
arrasó con los árboles de Norte y Sudamérica y su onda de calor
desencadenó incendios forestales de una magnitud inimaginable. El
suceso arrojó tantos restos a la atmósfera que se suspendió la
fotosíntesis. Los dinosaurios no aviares desaparecieron. Y se extinguió
casi el 75 por ciento de todas las especies. En
el sitio del impacto, el panorama fue incluso más nefasto. La roca
espacial dejó un cráter estéril de casi 32 kilómetros de profundidad
donde ahora está el Golfo de México. Era imposible que sobreviviera
algún ser vivo.
Sin embargo, incluso en la zona del impacto, la vida se las arregló para volver, y rápidamente. Nuevos hallazgos publicados
el 22 de enero en la revista Geology revelaron que la cianobacteria —el
alga verdeazulada responsable de proliferaciones tóxicas dañinas— se
movió al interior del cráter unos años después del impacto (en términos
biológicos sucedió en un abrir y cerrar de ojos). Este hecho sirve para
desentrañar cómo se recupera la vida en la Tierra después de eventos
cataclísmicos, incluso en los medioambientes más devastados.
Esas muestras han respondido una serie de
preguntas en torno a la colisión, pero Schaefer quería comprender mejor
cómo se recuperó la vida en la zona del impacto. Aunque los científicos
ya habían encontrado pistas sobre la vida temprana, había pocas y no
podían retratar todo el escenario.
El
problema es que no todos los microorganismos dejan evidencias fósiles.
En cambio, los organismos con cuerpos blandos pueden ser identificados
gracias a las madrigueras que dejan y las moléculas que depositan. Por
ejemplo, las cianobacterias produjeron grasas que se pueden conservar en
rocas sedimentarias durante cientos de millones de años.
Por
lo tanto, cuando el equipo de Schaefer vio esas grasas que se
conservaron en el núcleo, cerca del momento del impacto, supo que tuvo
que haber cianobacterias presentes. De forma crucial, el tsunami
posterior arrastró las grasas al cráter, estas quedaron depositadas
encima de una capa de plantas fosilizadas, pero debajo de otra capa de
iridio que se depositó cuando los restos en la atmósfera cayeron de
nuevo a la Tierra en forma de lluvia después de unos cuantos años. Esto
sugiere que las bacterias comenzaron a poblar el cráter después del
impacto del tsunami, pero antes de que se limpiara la atmósfera y
regresara por completo la luz del sol.
Además, el equipo
logró detectar un montón de otros organismos que después entraron en
escena, lo cual sirvió para caracterizar las aguas tóxicas que se
acumularon en el cráter. Por ejemplo, algunos de los fósiles moleculares
que descubrieron solo se originan a partir de organismos que viven en
aguas desprovistas de oxígeno: una denominada “zona muerta similar a la
que ocurre actualmente durante los veranos en el Golfo de México.
Chris
Lowery, un paleo-oceanógrafo de la Universidad de Texas, campus Austin,
y uno de los autores del estudio reciente, sospecha que el cráter solo
estaba parcialmente muerto, en parte porque el equipo también encontró
evidencia de fósiles de plancton que dependen del oxígeno. Tal vez las
aguas con poco oxígeno del cráter existían solo en ciertas capas de su
columna de agua. O, como sucede con la zona muerta del golfo actual, tal
vez esas aguas solo eran estacionales.
Saber
que la vida prosperó en el cráter Chicxulub recién formado les podría
servir a los científicos para comprender cómo se adaptan las criaturas
vivientes a las catástrofes en la actualidad, comentó Jason Sylvan, un
oceanógrafo de la Universidad Texas A&M que no estuvo involucrado en
la investigación.
El cambio climático
ha elevado las temperaturas, ha agotado el oxígeno y ha acidificado las
aguas en los océanos del mundo. No obstante, los científicos todavía no
saben bien cómo responderán las comunidades microbianas, las cuales
sirven para controlar la cantidad de oxígeno en la atmósfera.
Para
predecir mejor nuestro futuro, los científicos seguirán desenterrando
los fósiles del pasado, en particular los de una de las extinciones más
grandes en la Tierra.
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